Domingo XXI del tiempo ordinario

Lectura orante del Evangelio: Mateo 16, 13-20

“Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: ´ ¿Quién soy yo para ti?´ Es como si dijera: ´ ¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?` (Papa Francisco).   

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? 

Los discípulos responden a coro, pero esa respuesta no les compromete. Lo mismo nos puede suceder a nosotros. Encontramos a muchos, escépticos, que miran para otra parte sin querer encontrarse con la luz de Jesús. Encontramos también, si miramos con atención, a muchos que, con su alegría de seguidores, ponen a Jesús como horizonte de vida y de esperanza. Pero nosotros, ¿nos quedaremos solo en esto? La pregunta, que es un gran regalo del Espíritu para esta hora, puede ser el inicio de un encuentro con Jesús, cuyo amor a nosotros no acaba nunca. 

Es un gozo inmenso conocerte y amarte, vivir contigo.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 

Esta pregunta descoloca, toca el deseo de vida plena a que todo ser humano aspira. Para responder hay que mirarse a sí mismo por dentro y escuchar la voz del Padre. Jesús, con esta pregunta tan directa e interpelante, decisiva, llama a quien quiera prestarle atención dentro de sí, para iniciar un diálogo de amor. ¡Cuánto desea el Espíritu que ocurra este encuentro! ¿Cuánto tiempo ha pasado sin hacer un alto en el camino para tener un cara a cara con Jesús, para verle y oírle más de cerca? 

Tú, Jesús, eres fuente, amor, vida, luz, esperanza.   

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. 

Lo que más nos define son las palabras de fe, cuando estas son verdaderas. Orar es escuchar al Espíritu en el corazón donde dice cosas inauditas: ¡Qué misterio tan grande!: El ser humano, arrimándose al amor de Jesús y confesándole como Señor, Amigo, Camino, Verdad, Vida… La oración es darle tiempo y espacio al Espíritu para que nos muestre cada vez con más profundidad y belleza el misterio inagotable de Jesús. 

Tú eres, Jesús, la “hermosura que excede a todas las hermosuras”.    

¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 

Abiertos a la gracia del Padre, movidos por el Espíritu, descubrimos y vivimos la alegría de la resurrección de Jesús, que camina con nosotros lleno de vida. Pareciéndonos en algo a la humildad de Nuestra Señora, vemos los dones no como privilegios sino como beneficios de misericordia del Padre. Y todo para darlo gratuitamente, para la salvación de los hombres. Lo que el Padre nos revela es para cuidar la vida de los demás hermanos, para el testimonio. La luz es para todos. 

Jesús, tu amor nunca se agota.  

Feliz verano: oportunidad para el encuentro con Dios. CIPE – agosto 2023

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