Domingo XXIII del tiempo ordinario

Lectura orante del Evangelio: Mateo 18, 15-20

“Un cristiano es memoria de Dios en este mundo” (Benedicto XVI).

Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Los demás son paso obligado para el encuentro con Dios. La oración florece cuando no nos desentendemos de la suerte de los otros. La oración se asienta sobre la búsqueda incesante y honesta de la verdad; sin ella se pierde el sentido de la vida. Para buscar la verdad en lo que pensamos, decimos y hacemos, nos necesitamos los unos a los otros. La verdad nos une, porque no es ni rígida ni engañosa, ni intolerante ni indiferente. ¿Estamos dispuestos a escucharnos en verdad unos a otros? Decirnos la verdad es fruto del amor. El Espíritu nos da esa humildad tan necesaria para dejarnos confrontar por los demás y andar en verdad.
Envíanos, Señor, tu luz y tu verdad.  
 

En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos.

El pecado rompe el vestido de la comunión, desata los lazos de la alianza, aísla y empobrece los dones, aleja la vida de la mirada amorosa de Dios. La tarea de Jesús de unir todo lo disperso, de acoger lo ausente, de restaurar la imagen rota del ser humano, de perdonar y dar posibilidades, se la encomienda a sus amigos. ¿Damos oportunidades a los hermanos que se han equivocado?
Espíritu Santo, recrea en nosotros esta hermosa tarea de tender puentes, de abrir caminos hacia las fuentes, de señalar los brotes nuevos, de latir al ritmo del corazón de Jesús.

Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos.

Frente al riesgo del aislamiento y de individualismo, Jesús propone la belleza de reunirnos en su nombre para la plegaria común. El traje de fiesta para dirigirnos al que es Trinidad, familia, comunión, es la unión de corazones, donde se comparten la palabra y los silencios, los caminos hallados y las preguntas, el pan y la dignidad, la danza y la alabanza, el llanto y los gozos de la tierra.
A ti, Dios Trinidad, Dios comunión, Dios sin fronteras, Dios de la paz y la justicia, levantamos con todos los orantes de la tierra las manos y el corazón.

Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Donde hay dos o tres, no hacen falta más, que tienen un mismo pensar y sentir, allí está Jesús. Donde hay dos o tres que buscan la verdad, allí está Jesús. Donde hay dos o tres que se quieren, allí está Jesús. Donde hay dos o tres que se reúnen en nombre de Jesús, allí está él. Y con Jesús todo es posible. El arte de vivir en comunidad nos hace discípulos de Jesús.
Gracias, Jesús. Tu visita alegra nuestra vida.

                                                                                              CIPE – Septiembre 2020

DOC. PDF. Domingo XXII del tiempo ordinario. Lectura orante del Evangelio: Mateo 18, 15-20

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