Domingo XXV del tiempo ordinario

Lectura orante del Evangelio: Mateo 20, 1-16

“Dios nos libre, por su Pasión, de decir ni pensar para detenerse en ello ‘si soy más antigua’, ‘si he más años’, ‘si he trabajado más’, ‘si tratan a la otra mejor’” (Santa Teresa de Jesús).  

Al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.

Jesús nos cuenta una parábola para que entendamos mejor la bondad de Dios. Su mensaje es sorprendente, desconcertante. Invita a la confianza sin límites. El amo de una viña salió al amanecer, a media mañana, hacia mediodía, a media tarde y al caer la tarde a contratar jornaleros. Dios siempre sale a buscar. ¡Qué hermosa imagen para recordar el protagonismo de Dios en nuestra historia de oración! Dios siempre está llamando a sus criaturas. Su amor madruga para llamar, pero cualquier hora es buena para hacerse el encontradizo y ofrecer sentido a una vida en paro.
Gracias, Señor.  

Salió al caer de la tarde, y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’.

Habituados a tantas horas, días y años con lo mismo, ¿es posible cambiar al caer de la tarde?, ¿se puede oír la voz del amor al anochecer?, ¿se puede mirar al cielo como horizonte?  Aun cuando ya no creamos en nuestro cambio, Dios sí cree en nosotros y se acerca invitándonos; no soporta que estemos viviendo en un sin vivir.
Aunque sea muy tarde, viviendo contigo, siempre es madrugada. Tú levantas nuestra esperanza decaída. Gracias.   

Recibieron un denario cada uno.

El final lo pone Dios y siempre es un final de gracia. Eso sí, empieza por los últimos. Dios se ha manifestado “bueno” hasta donde nosotros no seríamos capaces de imaginar. El denario es lo que necesitan para vivir los de la primera hora y los de la última. Todo es gracia. Basta acoger su invitación, a la hora que sea. ¿Sorprendente? ¿Ilógico? Dios nos regala la comunión con él. Ese es el salario, un salario de eternidad para un tiempo de fe, un salario de gloria que se nos da solo porque hemos ido a la viña, ¡solo porque Dios es bueno! Así funciona su reino.
Siempre nos quedamos cortos ante tus maravillas, Señor.

Se pusieron a protestar contra el amo: ‘Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros’.

Dios es de otra manera. Sus pensamientos no son como los nuestros. No es fácil entender la gratuidad de Dios. Cuando la mirada no es limpia, empiezan los cálculos y las comparaciones; no aceptamos la igualdad de trato que Dios tiene. ¿Por qué Dios tiene que excederse en generosidad con los últimos? ¿Por qué los emigrantes y refugiados tienen derechos? ¡Cuántas veces pensamos así! Para entender el evangelio hay que meterse en la piel de Dios.
Perdónanos, Señor. Conviértenos, Señor. Limpia nuestra mirada.

¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? 

Así es el Padre que revela Jesús. Más allá de nuestra justicia, está su gratuidad y su forma peculiar de amar: que cada familia tenga su pan para comer, que cada migrante y cada refugiado se sientan en casa. Solo él, caminando con nosotros, hablándonos, amándonos, puede acercarnos al misterio de lo que él es para nosotros. Creer en un Dios tan amigo puede ser la experiencia más liberadora que podamos imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y para morir. ¿Nos atreveremos a vivir de una manera más parecida a él?
Enséñanos, Señor, a creer en tu bondad.

CIPE – Septiembre 2020

DOC. PDF. Domingo XXV del tiempo ordinario. Lectura orante del Evangelio: Mateo 20, 1-16

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