Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Lectura orante del Evangelio: Mateo 25,1-13

La lámpara que tengo es la mejor, ¡porque es mi lámpara! Es un regalo de Dios. Lo importante es ver mi vida y mi historia desde los ojos de Dios… He de elevar la mirada; contemplar la maravillosa obra de Dios en mi vida y darle las gracias” (Papa Francisco).

Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.

Ser cristianos significa tener la alegría de pertenecer totalmente a Cristo, ‘único esposo de la Iglesia’, y salir a su encuentro igual que se va a una fiesta de bodas. La alegría y la conciencia de la centralidad de Cristo son las dos actitudes que los cristianos debemos cultivar en la cotidianidad. La oración es la historia de una espera, de una búsqueda apasionante. Y el Señor es el argumento mejor para nuestra espera.
“Viviré en esperanza de Dios”: esta es nuestra música, la de los que aman. Que así sea, Espíritu Santo.  

El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.

¿No es una contradicción decirnos cristianos y no sentir la fascinación de vivir como Jesús? Cuando nos dormimos se apodera de nosotros una vida triste. Nuestros ojos, cansados de mirar hacia una aurora que tarda en llegar, se vuelven a mirar hacia otra parte. Llega la noche, se esconde la frescura de los inicios, se enfría el amor primero. ¿Qué hacer entonces?
Revivir la experiencia de la esposa de los Cantares: “Yo duermo, pero mi corazón vela” (Cant 5,2). Que así sea, Espíritu Santo.  

A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”.

La Virgen María y los santos nos enseñan a estar a la espera de un encuentro, con el silencioso deseo de una comunión. Viene el Señor, la hermosura que excede a todas las hermosuras. El encuentro con Jesús siempre es un encuentro bello.
Si antes, nuestra oración era salir para buscarte, Señor, ahora es salir para un encuentro pleno contigo. Que así sea, Espíritu Santo. 

Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas.

Entramos con Jesús en el banquete de bodas cuando llevamos en el corazón el aceite del amor. Jesús conoce a los que le han reconocido en los pobres: ‘Lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos…’ La espera se ha hecho encuentro, la noche se ha llenado de claridad. La oración es un encuentro con Jesús vivo, que está viniendo siempre. Sus bodas con la humanidad son un eterno presente.
Es hora, Señor, de dejarnos amar por ti, de amarte con todo el corazón. Que así sea, Espíritu Santo. 

Velad, porque no sabéis el día ni la hora.

Hay cosas que no pueden improvisarse a última hora. El tiempo que Dios nos da es un tiempo de vigilancia, para tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza, del amor. La entrada en el reino no se da por sí sola; se gana con la sabiduría, se pierde con la necedad descuidada. La oración de vigilia hace que el amor al Señor nos crezca por dentro. ¿Cómo será un cristiano que vela? Será aquel que ‘lleva las arras del Espíritu en el corazón’ (2Cor 1,22). Será aquel que señala la presencia de Jesús con un obrar diligente y solidario. El futuro se gana con el presente.
Permaneceremos unidos a ti, Jesús, por el amor, para que tú nos introduzcas en la sala del banquete, donde la alegría de nuestra lámpara nunca se extinguirá. Que así sea, Espíritu Santo. n.

CIPE – noviembre 2020

DOC. PDF. Lectura orante del Evangelio: Mateo 25,1-13

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