Lectura orante del Evangelio: Lucas 1, 26-38
En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní (Papa Francisco, Patris Corde, años de san Jose).
Alégrate.
Dios entra por la puerta pequeña (va a la Galilea de los paganos, a un pueblo insignificante –Nazaret-, a una virgen llamada María) y saluda con la alegría. María, sorprendida en su interioridad, acoge este saludo y lo convierte en danza, junto a su prima (Magnificat), y en vida nueva. Las dos saltan de gozo por ser invitadas a tomar parte en la salvación de Dios. Las tristezas son vencidas, porque ninguna palabra que proviene de Dios es imposible. Dios llama a nuestra puerta, nos enamora con su gracia. Junto a María, nos atrevemos a escuchar, asombrados, esta palabra de gozo pleno. Hay muchas gentes que esperan oír de nuestros labios las canciones de Dios en medio de una noche que presiente ya a Jesús. Haznos oír tu gozo y tu alegría, Señor. Tú eres nuestra alegría. Inúndanos con tu Espíritu.
Llena de gracia.
Dios llama a María la ‘llena de gracia’, y un río de belleza le nace dentro. Sobre el lienzo de su pequeñez, el Espíritu pinta a Jesús, la hermosura que excede a todas las hermosuras. María se presenta como espacio de gratuidad, como icono donde los orantes se miran para saberse amados por el que solo sabe amar. Y María nos susurra al corazón: ‘Dios, Dios, Dios… como eterna novedad y belleza, con un nombre nuevo para cada uno; Dios se acerca amando, embelleciendo, dando plenitud, saciando de vida todo límite’. Con María, nos abrimos a tu novedad, Jesús; creemos que lo imposible para nosotros es posible para ti.
El Señor está contigo.
Dios se pone al lado de María, se arrima a su vida. Al amar y llamar, se compromete. El Dios que elige, también acompaña. Y María le responde estando con él, entregándose a él por entero. La vida de María queda convertida en la casa de Dios, en tienda de encuentro, donde se puede leer la historia como un espacio de preferencia de Dios por los pequeños. Como Dios nunca la saca de sus entrañas, así ella nunca lo saca del corazón; le ofrecerá su regazo en la Navidad, le seguirá como discípula por los caminos, en las noches oscuras de la cruz estará de pie junto a él, y en medio de la Iglesia se abrirá con todos, misionera, al Espíritu que envía. Tú, Jesús, siempre estás con nosotros. Lo vemos cuando miramos a María.
Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Dios propone pero no impone. El proyecto de Dios se realiza contando con nuestra libertad, con nuestro consentimiento. María se fía del Dios que la ha invitado a ser madre de Jesús (‘hágase en mí’), ve los signos que Dios le pone delante (la espera de un hijo de su prima estéril) y se fortalece con ellos. Dios, que se revela con la palabra, se abre a la palabra humana, la espera, la desea. María responde con su sí al amor de Dios. Al decir sí, el misterio le crece a María en los adentros y el Adviento ya presiente el fruto de tantas esperanzas. Y todo es obra del Espíritu. Con María y José también nosotros te decimos, Señor: ‘Hágase’, para que Jesús nazca en nuestros corazones.