La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor (Papa Francisco).
Yo soy el buen Pastor.
¿Hay algo tan consolador como volver una y otra vez a las palabras de Jesús? Cuando Jesús dice Yo soy está revelando su amor más entrañable por nosotros. Nacemos de nuevo cuando somos conscientes de que nos habita un amor más grande que nuestro corazón, cuando prestamos atención a su presencia amorosa en nuestras vidas. En la fidelidad y ternura del buen Pastor está la dignidad y belleza de todo ser humano. Caminando, con él a nuestro lado, nadie está perdido. Gracias, Señor, Jesús, por compartir tu vida resucitada con nosotros.
El buen pastor da la vida por las ovejas.
Jesús acoge en su corazón a los pequeños, busca activamente nuestra felicidad, pone amor donde no lo hay, nos acompaña en las cañadas oscuras. Siempre está dando vida, como un manantial de amor inagotable. Le alegramos cuando vivimos, cuando gozamos viviendo. Todo lo que tiene y es, lo pone en nuestras manos. Nadie nos da tanto, nadie nos quiere tanto. Orar es aprender de él a vivir el momento presente colmándolo de amor (Papa Francisco). Todo nuestro bien está en ti, Señor. Juntos andemos.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen.
Jesús está cerca, vive en nosotros. Nos conoce, se interesa por nosotros. Comparte su vida poderosa con nuestras frágiles vidas. Cura nuestras heridas. Nos ama a cada uno de manera personal. Cuando oramos, se renueva la relación íntima con él, escuchamos su voz. Poner la vida y la voluntad, al cuidado del buen Pastor, es el mejor negocio que podemos hacer. Tratar personalmente a cada persona, cuidar y curar las heridas de los que están en las orillas, es la mejor manera de decir que conocemos al Pastor. Gracias, Señor, por estar misteriosamente presente en nuestras vidas.
Yo doy mi vida por las ovejas.
El amor de Jesús no tiene límites, porque nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Su amor entregado sale al encuentro de nuestro vacío total. No se guarda nada para sí, todo lo que el Padre le da lo comunica gratuitamente, a todos nos entrega el Espíritu. Quien se fía de él, no queda defraudado. A nosotros, que nos decimos sus amigos, se nos conocerá si entregamos la vida con alegría, como él. ¿Te conocerán en nosotros, Señor?
Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.
Jesús da conscientemente la vida, nadie se la quita. Es libre para comunicarnos el amor total y gratuito del Padre. Jesús nos regala su Espíritu para que perdamos de vista el ego, que tiende a conservar la vida, y aprendamos a aliviar el sufrimiento de los demás, a dar contento a los otros más que a uno mismo, a cultivar miradas inclusivas, a escuchar a los diferentes. Los que se han alejado de la fe tienen derecho a seguir pidiéndonos: Decid si por vosotros ha pasado. Pedimos buenos pastores para el pueblo. Jesús vive y te quiere vivo, andando “como de fiesta y con un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor” (San Juan de la Cruz).