Domingo sexto de Pascua

Dijo en la ONU: “¡Sólo doy una pobre monja que reza!” (Teresa de Calcuta).

Jesús siente que el Padre le ama siempre, vive y permanece en este amor. Esta misma experiencia quiere que tengamos nosotros. El encuentro con Jesús nos recuerda el amor con que nos amó; él nos amó primero. La mejor manera de permanecer en su amor es amar mucho, aliviar el dolor de los que nos rodean, dar esperanza con nuestros gestos y palabras. La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho.

Ven, Espíritu Santo. Enciende en nuestros corazones la llama de tu amor.   

Jesús no puede pedirnos otra cosa que amor y, para amar, hay que dejarse amar. Pero nosotros no abrimos fácilmente la puerta del corazón al amor y encontramos mil razones para justificar no amar. Por eso, Jesús nos da el Espíritu, que nos enseña a nacer de nuevo, a descubrir la belleza del amor y a emplearnos en un ejercicio universal de amor. ¿Nos decidiremos a amar? Cuando el ser humano ama adquiere toda la belleza para la que ha sido creado.

Como tú nos amas, esa es la fuente de nuestro amor.    

Estamos hechos para disfrutar de la alegría de Jesús. Jesús nos regala su alegría, que se convierte dentro de nosotros en un surtidor de gozo. La alegría plena no nace de la posesión de cosas sino del encuentro con Jesús, ni de la realización de nuestros deseos. El amor con que nos ama Jesús es la mejor curación de la tristeza de nuestro corazón. Necesitamos aprender, siguiendo a Jesús, a disfrutar de la alegría del Evangelio. La verdadera santidad es la alegría (Papa Francisco). Que nadie nos robe la alegría de amar.

Espíritu Santo, solo tu amor cura nuestras dolencias. 

El amor de Jesús nunca está ocioso, está en continuo movimiento, busca el bien de las personas, crea una atmósfera de comunicación a su alrededor, da la vida por sus amigos. En la oración, Jesús nos da a conocer el proyecto de amor del Padre, renueva en nosotros la capacidad de hacer amigos y de comunicar con ellos las cosas de Dios. Cuando compartimos la alegría con los demás, esta se multiplica dentro de nosotros y llena de perfume la casa.

Con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir; él ayuda y da esfuerzo, nunca falta; es amigo verdadero (Santa Teresa).         

¿Cómo tenemos que vivir? Amando. Al mirar a Jesús, descubrimos que el fruto de la vida es el amor. Hemos sido creados y elegidos, a imagen y semejanza de Dios, para amar. La verdad está en el amor. El amor es nuestra vocación y nuestra misión. Quien ama como Jesús, pasa por este mundo haciendo el bien, aprende a mirar a los demás con compasión y ternura. Sólo es feliz quien da alegría a los demás, sólo vive quien hace vivir.

Bendito seas, Señor.   

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