Domingo tercero de Pascua

En este tiempo de alegría nuestro corazón se dirige a los pueblos que sufren, a las gentes que sufren la soledad, a los que lloran por cualquier causa.

Jesús nos sale al encuentro, como a los discípulos, para que lo reconozcamos. Comparte con nosotros su pan, nos ayuda con palabras, nos amina con sus gestos. En nuestra interioridad, como espacio para la mirada contemplativa, lo miramos resucitado. Somos sus discípulos y él es nuestro Señor. Jesús ha cambiado nuestro camino hacia la muerte por un camino esperanzado, de vida hacia la vida. Ahora podemos contar a otros, en Iglesia, la alegría que inunda nuestro corazón, la solidaridad con los sufrientes que nace de la Pascua. La resurrección de Jesús es el último capítulo de una historia de amor inaudita. Conversar de todas estas cosas con María y con José nos mantiene lúcidos, nos libera, nos alegra.

Gracias, Señor, Jesús. Tu presencia es una fuente de alegría.  

Cuando dos o más estamos reunidos para recordar y celebrar que Jesús está vivo, se renueva la resurrección. Jesús se hace presente, en medio, como un don, como una fuente de paz. Lo primero que restaura es la paz, rota por los miedos y las dudas, por la guerra y la injusticia. Con su paz nos ayuda a desbloquear las puertas cerradas y a superar la conciencia aislada. El encuentro con Jesús vivo es la alegría de la comunidad, reunida con María.

Jesús, da la paz a los pueblos en guerra.     

Es tanta la alegría que no terminamos de creer. Desde la desconfianza en las grandezas de Dios, con miedo a la santidad, parece que tenemos temor a la alegría que brota del encuentro con Jesús. Miramos a Jesús, en su entrega, para descubrir el corazón palpitante del Evangelio, para aventurar la vida en la vivencia de las bienaventuranzas.

Jesús, tu vida está llena de vida para nosotros.   

Jesús nos ayuda a entenderle y a entendernos a nosotros de otra manera. Cuando él está, todo es nuevo. Nos abre la mente, no sólo para admirarle sino para creer en él. En la Escritura nos encontramos con él; su palabra nos cura la tristeza del alma; su presencia nos cambia los fracasos en triunfos; con él a nuestro lado vencemos los miedos a la muerte.

En tus palabras entendemos, Señor, el amor que nos tienes.    

Jesús sabe que somos frágiles, pero confía en nosotros. Nos hace la propuesta de pasar por este mundo viviendo a ritmo de evangelio. Nos recuerda que somos portadores de un tesoro que nos hace grandes y que puede hacer más buenos y felices a quienes lo reciban. Nos envía a los caminos para vivir la apasionante aventura de comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio y de buscar a los perdidos en esas inmensas multitudes sedientas de Cristo (Papa Francisco).

Gracias, Jesús por confiar en nosotros, por hacernos testigos.

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