Domingo décimo noveno del tiempo ordinario. Lectura orante del Evangelio: Juan 6,41-51

Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda (Papa Francisco). 

Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. 

Metidos en el ajetreo de la vida, entretenidos en cosas que no unifican ni dan paz al corazón, con un deseo de plenitud escondido en los adentros, así nos sentimos en no pocos momentos. ¿Cómo encontrar el camino hacia la fuente? ¿Quién nos dará la mano? El Padre de Jesús, y nuestro, viene a nuestro encuentro. En la Palabra descubrimos su presencia. Orar es oír su llamada en la interioridad. La atracción hacia Jesús es regalo de la bondad del Padre. Nuestro granito de arena, tantas veces llevado por el viento de acá para allá, se siente hoy empujado hacia Jesús, verdad de vida. Después de tanta búsqueda, ¡qué gozo hacernos perdidizos de todo y ser alcanzados por su amor! 
Todo viene de tu mano. Bendito y alabado seas, Señor.   

Y yo le resucitaré el último día. 

La presencia de Jesús en nosotros no es una presencia pasiva, sino transformante. Propicia caminos nuevos en medio de los desiertos. Hace manar fuentes en la estepa. Es creador de la mañana. Rompe la muerte para que la vida tenga la última palabra. No es una ley la que dirige nuestra viada, es su amor el que guía nuestros pasos. 
Nuestro silencio se llena de tu palabra. Nuestras manos vacías se abren y se llenan de tu amor. Somos porque tú nos haces ser. 

El que cree, tiene vida eterna. 

Acallando toda crítica que surge en nuestro interior, abrimos los dinteles de las puertas para que entre la vida y todo lo inunde por completo. Nos quedamos con la eternidad entre las manos. Nuestra vida queda vestida de fiesta. Creer en Jesús es ver cómo se crea en nosotros lo infinito. 
Jesús, con tantos trocitos de mentiras en nuestro corazón nos paramos para oírte la vida y saborearla con calma. Tenemos ganas de conocer los secretos ocultos de tu amor.  

Yo soy el pan de vida. 

Por tres veces lo dice Jesús. Jesús: siempre relacionado con la vida de nuestra vida. Jesús: alegría no vendida en los mercados. Jesús: ternura, belleza, intensidad de vida. Jesús: verdad honda, canto de libertad. Jesús: historia más real que todos nuestros fracasos. Su yo soy sale al encuentro para que no gastemos la vida alimentando un estúpido culto a nuestro ego. En su eucaristía ya no cabe la muerte; en ese vivo pan podemos gustar sus amores y quedar envueltos en la gratuidad más absoluta. 
Jesús, abrimos nuestras manos para recibir tu pan de vida. ¡Qué grande es tu amor! Es hora de gustar lo grande que es tu amor.    

El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. 

Nada se ha hecho sin una gran pasión. La carne entregada de Jesús se hace fuente de vida, vivir nuevo. Alimentados de él, podemos remar mar adentro, entrar sin miedo en la espesura del amor que se hace servicio. Es hora de caminar, de no matar la primavera con las dudas. 
Gracias, Jesús. El camino es superior a nuestras fuerzas, pero tu pan nos da aliento para seguir. Gracias por permanecer siempre con nosotros. 

Se acerca la alegría de la fiesta de la Asunción
de Nuestra Señora. CIPE, agosto 2021

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