Domingo décimo sexto del tiempo ordinario

Hay una convicción firmemente arraigada en nuestra historia vivida: la proximidad e intimidad con María ha sido siempre en nuestra familia carmelitana fuente de renovación, de fecundidad y de caminos descubiertos en la noche y la crisis. Inequívocamente, María ha sido “Stella Maris” en las aguas inciertas de cada tiempo. Y nuestra confianza en su cuidado eficaz por nosotros está más viva que nunca (P. Míċeál O’Neill, O.Carm,  P. Miguel Márquez Calle, O.C.D.

Escena entrañable para la oración, personal o de grupo: volver de la vida para estar a solas con Jesús, que siempre está a la espera de nuestra presencia; tener con él un encuentro sereno; contarle cómo nos ha ido por el camino; hacer de ello un hábito diario. ¡Qué maravilla, tan alcance de nuestra mano! El anuncio del Evangelio no ha escondido nuestra sed de Jesús, la ha despertado todavía más. Jesús tiene con nosotros una paciente misericordia. Y nosotros sabemos que no es lo mismo la vida sin él. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.

Ahora solo importas, tú, Jesús.   

Enviados por el Espíritu a comunicar al mundo el amor de Jesús, ahora volvemos a la fuente. ¡Qué profundo misterio! Jesús está con el oído abierto para escuchar nuestra voz y contemplar nuestro rostro, para curar toda herida con su ternura. Así engrandece nuestra nada. Así nos ama. ¡Cuánto le interesan nuestras cosas! Está enamorado de nosotros y la dolencia de amor sólo se cura con la presencia y la figura. Tratar de amistad con Jesús, contarle la vida en confianza y verdad, mirarle y decirle nuestro amor, eso es la oración.

Jesús, Tú siempre  nos esperas. ¿Qué te contaremos hoy?  ¿Qué nos dirás tú?

No basta con lo que hemos hecho y lo que hemos enseñado. No basta con transmitir la mirada de Dios a la humanidad. Nuestro corazón necesita también ser mirado y amado. Jesús lo sabe y nos lleva a un sitio tranquilo. Él es el sitio tranquilo. El verdadero descanso acontece cuando estamos a su lado. Él es el ameno huerto deseado, donde la vida se recrea y se personaliza la experiencia. Él es la presencia que nos embellece y nos hace ser.

Te necesitamos, Jesús. ¡Qué suerte poder estar contigo! Vámonos a ver en tu hermosura.   

Una vez que Jesús nos ha restaurado tenemos que volver a la itinerancia. Ha sido necesario el sosiego íntimo y silencioso para evaluar todo lo vivido. En la experiencia de la propia debilidad y fragilidad suele fructificar la semilla del verdadero pastor. Se estaba bien en el sitio tranquilo, pero la compasión del pastor puede más. Hay muchas ovejas sin pastor, con hambre profunda, muchas veces no sabida, de escuchar a Jesús. Lo escuchado y compartido con Jesús no es sólo para nosotros. ¿Seremos referente para los que buscan? El Espíritu, de forma creativa, nos empuja a la compasión y a la ternura. Nos alegra saber que vamos en comunión con los santos de la puerta de al lado.

Ven, Espíritu Santo. Llena nuestra vida de Jesús. Contágianos su pasión misionera.    

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