Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 4,35-41
Él me dio grandísima luz (Vida 30,4).
Vamos a la otra orilla.
Frente al lamento y al inmovilismo ante lo que nos está sucediendo en este momento y que nos puede llevar incluso al atasco interior y a culpabilizar a Dios (cada uno puede ponerle nombre a esto), la propuesta de Jesús siempre es novedosa, llama al movimiento, al cambio. Jesús nos invita a pasar a la otra orilla, a confrontarnos con el misterio de Dio, a sabernos inmensamente amados por Dios. Subir a la barca con Jesús es dejar la superficialidad para adentrarnos en la eterna novedad. No es fácil dar este paso. A santa Teresa de Jesús le costó mucho entenderlo y decirlo.
Sea el Señor alabado que me libró de mí (V 23,1).
Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca.
El viento fuerte y el oleaje provocados por la tormenta de guerras, violencias incontrolables, inseguridades (también aquí cada uno puede poner nombre a lo que le está pasando), ponen a prueba nuestra confianza en el Señor. El miedo a renovar la novedad de ser y de vivir como cristianos se levanta como una ola que amenaza nuestra barquilla. Parece que todo está en contra de que acontezca en nosotros un nuevo nacimiento. De ahí la tentación de quedarse en tierra, en la propia orilla, sin ir más allá. Santa Teresa de Jesús supo mucho de este forcejeo interior cuando se sintió llamada a ser, por medio del Espíritu, ella de verdad:
Gran mal es un alma sola entre tantos peligros (V 7,20).
Maestro, ¿no te importa que perezcamos?
Podemos fijarnos en las dos actitudes que refleja el texto evangélico: por una parte, el miedo de los discípulos (de nosotros) aterrados ante lo que está sucediendo y por otra, la confianza de Jesús que duerme tranquilo en medio de la tempestad. Es la hora de confiar en Jesús, quien, aun dormido, es garantía de salvación, de paz, de vida. La novedad consiste en vivir con Él, como Él.
A buen seguro que no falta Dios (V 15,2).
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece!
Sólo en la barca, con Jesús, hay vida; remitidos constantemente al misterio de su amor que nos acompaña. Los miedos van desapareciendo a medida que crece nuestra confianza en Él. Con el Señor a nuestro lado vamos encontrando la paz y fortaleza de la fe; con el Señor y con los amigos de Dios, en los que nos habla y consuela el Espíritu Santo. Yo soy y no te desampararé; no temas… Heme aquí con solas estas palabras, sosegada, con fortaleza, con ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en un punto vi mi alma hecha otra…
¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso!… Sus palabras son otras. ¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor! (V 25,17-18).
¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas lo obedecen!
El yo, desgarrado por tantos temores y contradicciones, no se ha sentido desamparado. Hay alguien que no nos abandona. ¿Quién es? Es Jesús, el Señor. Así lo expresa un hermano de mi comunidad: Estoy sobre la palma de tu mano / jugando como un niño. / No la quites, Señor, / fuera de ella / ha extendido la nada sus abismos (Pablo Fernández).
FELIZ DOMINGO – CIPE – junio 2024