Domingo undécimo del tiempo ordinario

La palabra de Dios hace crecer, da vida (Papa Francisco). 

¡Qué bien dicen estas parábolas lo que es la vida! Semilla y tierra, abrazándose; propio conocimiento y grandeza de Dios, mirándose de cerca; Dios y hombre, caminando juntos; y el Reino abriéndose paso en la historia. Aunque el mal mete mucho ruido, nuestro gozo está en sembrar semillas de Evangelio con realismo, con paciencia y con una confianza grande. Un misterio de amor lo penetra todo.

Espíritu, tú eres nuestra semilla.

¡Jesús, sembrando en nosotros la semilla del amor!: eso es orar. ¡Nosotros, sembrando el proyecto de Dios en el ser humano!: esa es nuestra tarea misionera. Sin saber cómo, porque el Reino no tiene nuestra lógica, la presencia de Jesús va creciéndonos por dentro. No son nuestras fuerzas, sino la fuerza de Jesús la que va haciendo germinar secretamente la semilla en el corazón de la historia. El Espíritu es el protagonista silencioso de este crecimiento. A nosotros nos toca sembrar; esa la mejor manera de mostrar que somos amigos de la vida.

Ven, Espíritu Santo. Acrecienta en nuestro corazón el amor a Jesús.

No sospechábamos que nuestra tierra tuviera dentro tanta belleza sembrada. Nuestra tendencia a juzgar deja, ahora, paso al asombro. El silencio, habitado por una sementera fecunda, rompe a cantar. La tierra reseca se llena de flores; la esperanza, reprimida por la angustia, se levanta y camina. Surge la alegría. Todo lleva el sello de Dios, que está muy dentro de lo que vivimos, de lo que hablamos, de lo que pensamos, de lo que nos emociona, de lo que nos entristece. Lo que nos hace preciosos es el amor que Jesús siembra en nuestra tierra. Es hora de reflejar en la vida lo que estaba escondido, y fecundo, en el corazón.

Jesús, todo lo tuyo es pura gratuidad. ¡Qué maravilla!  

Dios, hecho a nuestra medida, regalándonos infinidad de guiños amorosos en el día a día.  El Reino de Dios hablando nuestro lenguaje, encarnado en nuestra carne. ¡Qué fuerza tiene Dios en lo pequeño! El arte de vivir está en abrirse a Dios, dejar que él sea y haga su obra en nosotros. El Reino es sembrar algo muy pequeño en el corazón, es buscar caminos nuevos con humildad y confianza.

Hágase en mí, tu palabra, Señor.  

Cuando la casa está sosegada, en el más profundo centro, Dios es amigo de dar. Su presencia en los adentros hace que estalle la vida en nosotros. Y sobreabunda su amor cuando menos lo merecemos, porque es cuando más lo necesitamos. Todo es gracia. Podemos contar y cantar la historia de otra manera, con la música de las bienaventuranzas.

Jesús, tú entras y llenas nuestra casa de alegría. Gracias.

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