Domingo vigésimo quinto del tiempo ordinario

La única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo (Papa Francisco).

La oración necesita verdad. De ahí la urgencia de una formación, que nos despoje de mentalidades falsas. La instrucción es vital para que la vida crezca y no se estanque. Si queremos orar y amar, hemos de alimentarnos con las grandes verdades de la fe, hemos de acoger la manera de pensar y de vivir de Jesús. El mejor maestro para este tiempo difícil pero hermoso es él. Jesús es el libro verdadero donde vemos las verdades (Santa Teresa). El Espíritu mantiene encendido el fuego y nos ayuda vivir plenamente acogiendo la gracia del presente, incluso con los riesgos que ello conlleva.

Espíritu Santo, enséñanos a andar en verdad. Cuida nuestra fidelidad al Evangelio.

En la escuela de Jesús, se trata de ser fieles al presente y, al mismo tiempo, libres y abiertos al horizonte de Dios, inmersos en su misterio de amor. Jesús no tiene miedo a entregar la vida, no tiene miedo a la muerte, confía en el Padre. Orar es entrar en el mundo interior y profético de Jesús. Andando junto a él, todo, también la cruz, se ve de modo diferente. Unidos a él, descubrimos en la vida entregada una fecundidad y alegría muy grandes. Al mirar a Jesús en la cruz sentimos la fuerza para amar y no contentarnos con solo palabras.

Enséñanos, Espíritu Santo, la ciencia de la cruz. Quítanos los miedos.     

¿Nos movemos, también nosotros, al igual que los discípulos, por criterios de poder y dominio? ¿Quién es el primero, el más grande, el más perfecto? ¿Utilizamos la oración para creernos mejores y con más derechos que los demás? El amor queda fuera de este juego. Si queremos orar en verdad, tenemos que ir más allá de este juego de intereses. El amor de Jesús nos hace a todos iguales.

Ponemos ante ti nuestros diálogos interiores. Tú puedes cambiarnos el corazón.   

Este es el compromiso firme con los valores del Evangelio. ¿Cómo nacerá ese mundo nuevo que deseamos en los adentros? ¿Cómo abriremos las puertas para acoger a los refugiados y compartir con ellos el pan y la amistad? Miramos a Jesús, para encontrar en él intuiciones nuevas. Jesús nos regala una perla preciosa: perderse a sí mismo para que ganen otros, servir para que otros recuperen la dignidad, agacharse para levantar a los que están caídos.

Espíritu Santo, gracias por enséñanos a entrar en la lógica de Jesús, en la lógica del amor.

La acogida a los pequeños nace de la amistad con Jesús. ¿Probamos a vivir, como José y María, para que la humanidad se vuelva del revés? ¿Nos atrevemos a pensar de esta manera y a actuar como pensamos? ¿Qué experiencias de mayor sentido y plenitud recordamos? Pongamos como modelo a los que no cuentan.

Enséñanos, Espíritu Santo, a servir.               

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