25 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Lunes, 23 de septiembre

“Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz.” (Lc 8,16).

Jesús es tu luz y es la luz del mundo. Pero, ¿qué hacer para que esa luz cruce el abismo y llegue a tu corazón? Y ¿cómo hacer para que te apropies de las verdades profundas? Tu vida es un candil en medio de la casa. Los que vienen necesitan tu luz para no tropezar.

Ilumíname, Señor, con tu Espíritu. Y déjame sentir el fuego de tu amor en mi corazón.

Martes, 24 de septiembre

Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra” (Lc 8, 21).

Cuando cesan los ruidos y comienza la canción del corazón, Dios se hace susurro. El Espíritu te abre los oídos para que escuches la buena nueva de la salvación. La palabra de Dios es tu primera fuente de vida, la que alimenta tu relación con Dios. Recuerda a María, la virgen oyente, que acoge con fe la palabra de Dios.

El Evangelio es lugar de encuentro con Jesús, y su palabra despierta deseos hondos de vida nueva.

Miércoles, 25 de septiembre

Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: No llevéis nada por el camino” (Lc 9,2.3).

La misión esencial del discípulo es anunciar el Reino de Dios, curar heridas, levantar la dignidad de todo ser humano. No llevan nada, para que su interior esté ocupado por la presencia de Jesús y el aliento del Espíritu. No llevan nada para ser peregrinos de novedad. Se sacuden el polvo de los pies para que no se les quede dentro lo negativo.

Tu vida es un espacio humano habitado por la Trinidad y debes anunciarlo. Señor quiero seguirte, ligero de equipaje, pobre y libre, con plena confianza en ti y en tu proyecto de amor..

Jueves, 26 de septiembre

Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo” (Lc 9,9).

Herodes está inquieto. Quiere encasillar a Jesús para domesticarlo, pero no sabe cómo. Sírvete tú de la pregunta del tirano para acercarte a Jesús y contemplar su rostro de cerca. ¿Quién es éste en cuya mirada se percibe un amor tan profundo, que toca nuestras raíces?

¿Quién es éste? Es Jesús, tu Señor. Aquí tienes mi vida, Jesús. Deseo que se cumpla en mí tu plan de amor para todos. Enséñame a hacerlo sin pretensiones de grandeza, con mi vida sencilla de cada día.

Viernes, 27 de septiembre

Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: ¿Quién decís que soy yo?” (Lc 9, 18.20).

Esta pregunta no te la haces tú, te la hace Jesús. Es desafiante; sólo tú la puedes responder: Eres el centro de la historia y del universo. Eres mi Dios y Señor. Eres la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida. Eres el pan y la fuente de agua viva, que satisface mi hambre y mi sed. Eres mi pastor, mi guía, mi consuelo, mi hermano, compañero y amigo de mi vida.

Juntos andemos, Señor. Por el camino que me lleves, nada temo porque sé que caminamos juntos y tu mano me sostiene.

Sábado, 28 de septiembre

Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres» (Lc 9, 43.44).

Jesús se metió en situaciones que él sabía le iban a abocar a la cruz. Le sostenía la relación con el Padre. De la experiencia de su amor sale la verdadera profecía. Amó la vida y supo para qué vivía. Se metió en los problemas del ser humano y de la casa común. Mientras, los discípulos discutían para ver quién era el más importante.

Me descalzo ante ti, mi Señor, porque el terreno que piso es santo. No comprendo tu actuar, sobrepasa mi saber, confío en tu palabra y en tu amor.

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