- El Adviento, tiempo a la espera de una venida.
La Iglesia celebra el Adviento para que los cristianos tomemos conciencia cada año de que estamos a la espera del Señor, de que estamos esperando su venida. Es una espera que vivimos a lo largo del tiempo; tiene sentido que cada año repitamos todas las etapas de la vida del Señor porque como seres temporales que somos desarrollamos nuestra vida a lo largo del tiempo y también ha de ser así con nuestra vida cristiana. Vivimos cada etapa del ciclo litúrgico intensamente para que ninguna de ellas pierda su fuerza. La vida cristiana está llena de celebraciones que se corresponden con distintos aspectos del Señor.
La Iglesia viene celebrando desde sus comienzos la triple venida del Señor:
- La venida en carne.
- La venida permanente en cada momento de nuestra vida que nos va guiando y acompañando a través de los sacramentos, en nuestra vida diaria…
- La venida en gloria, la última y definitiva.
El teólogo, sacerdote y filósofo español Juan de Dios Martín Velasco (1934-2020) afirmaba: Dios es una presencia previa que nos precede; en todos nosotros hay el eco de una presencia previa que esperamos. En este sentido, Dios ni siquiera puede ser buscado; Dios solo puede ser esperado.
Gracias a esta presencia de Dios en nosotros podemos celebrar la triple venida del Señor. Sin esa presencia no lo podríamos reconocer en ninguna parte.
El mundo que nos rodea no es todo; nuestra vida no se limita a instalarnos aquí. Estamos habitados por una presencia previa: «el hombre es un ser con un misterio en su corazón que es mayor que él mismo» (H.U. von Balthasar)
De este modo, el ser humano aparece en el mundo como un ser a la espera de Dios siendo este un rasgo constitutivo de su misma existencia como refleja la Sagrada Escritura:
¡Ojalá bajases derritiendo los montes con tu presencia! (Is 64, 1)
Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. (Sal 121, 1-2)
Ahora bien, no debemos olvidar que la venida de Dios es permanente; Dios está permanentemente viniendo. Dios es Alguien que está siempre en proceso de venida por dos razones: la primera porque Dios es inagotable, incomprensible; siempre habrá más Dios por buscar, más Dios por encontrar, más Dios por esperar… Nunca lo terminaremos de agotar; Dios siempre está más allá… y, la segunda, porque es él mismo el que quiere estar constantemente viniendo a nosotros:
El Señor viene, siempre viene. Cuando tengas oídos para oír y ojos para ver, lo reconocerás en cualquier momento de tu vida. La vida es Adviento; la vida es reconocer la venida del Señor. (Henri Nouwen)
Dios no es una realidad añadida a las demás; es el origen de todo y el que da sentido a todo. El problema es que siendo los seres humanos seres a la espera de Dios tendemos a sustituir su presencia por objetos del mundo o bien a hacernos a nosotros mismos el centro de toda la realidad y, sin embargo, el mundo que nos rodea no es todo, nuestra vida no se limita a instalarnos aquí. Este tiempo de Adviento trata de corregir esto, de modo que, al Dios de la venida permanente, le respondamos como el hombre a la espera permanente.
El tiempo litúrgico del Adviento trata de reavivar la presencia de la venida permanente de Dios en nosotros.
- La venida permanente de Dios se hace visible en Jesucristo.
La historia de la humanidad ha sido siempre una búsqueda permanente de la felicidad, de la inmortalidad y de un constante deseo de salvación. Esta aspiración del ser humano culmina con “la palabra se hizo carne” (Jn 1,14): el horizonte sin límite de Dios se hace visible en Jesucristo, la venida permanente se hace presencia histórica en Jesús. Esto es lo que celebramos en Navidad y el Adviento es el tiempo litúrgico previo que la Iglesia nos regala como preparación y celebración de la irrupción de Dios en nuestra historia a través de Jesucristo.
«Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará«. (Is 35, 4)
- La Esperanza como actitud para vivir la espera del Señor
El ser humano es un ser que existe desde Dios y para Dios: «en el vivimos nos movemos y existimos (Hch 17, 28). Tenemos capacidad de Dios, pero ¿qué tenemos que hacer para responder a esa capacidad? La respuesta son las tres virtudes teologales: fe esperanza y caridad.
El tiempo de Adviento centra nuestra atención en la esperanza, la esperanza como actitud para vivir la espera del Señor. La esperanza es la gran olvidada de las tres virtudes teologales. Hemos insistido mucho en la fe y en la caridad y hemos dejado en un segundo plano la esperanza, sin embargo, en los tiempos que corren no nos viene mal un poco más de esperanza. La esperanza, habitualmente, está poco cultivada. El clima de desánimo social ha contagiado el cristianismo y lo cierto es que los cristianos no siempre somos el revulsivo esperanzador que deberíamos ser para el mundo. La Esperanza con mayúsculas es una necesidad urgente.
¿Cuál es el contenido de la esperanza cristiana? El contenido de la esperanza cristiana es Dios mismo en persona. La esperanza cristiana se refiere a Dios; es una esperanza escatológica porque tiene a Dios con término. Se podría decir que la Esperanza es el ancla de nuestra vida, lo que le da sentido porque es capaz de superar la finitud y la temporalidad de este mundo y nos lanza a un futuro con Dios como afirmaba san Agustín: Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti (Confesiones 1,1)
De hecho, la esperanza aparece representada alegóricamente, junto a las otras dos virtudes teologales, levantando su mirada y con una cruz-anclasímbolo de solidez, fidelidad y de Cristo.
El cristiano que espera confía en Dios por Dios mismo; espera contra toda esperanza. Por ejemplo, un enfermo que reza a Dios sabe que no todo está perdido, aunque la curación no llegue a producirse porque la realidad a la que remite la Esperanza es la Salvación:
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor. (Is 11, 1)
Cristo es ese renuevo. Sobre él viene el Espíritu del Señor, y por ello debemos anhelar su espera, porque viene a darnos vida. Nuestra espera debe reconocer que sólo Jesús nos puede salvar, nadie más.
- PUNTOS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL O GRUPAL EN ADVIENTO:
- ¿Soy un cristiano esperanzado?
- ¿En qué se nota que vivo esperanzado?
- ¿Espero cada día con ansia al Señor? ¿Dedico un tiempo a orar cada día? Cuidar la oración es cuidar a Jesús.
- ¿Es el Señor el ancla de mi vida?
- ¿Qué otras anclas hay en mi vida que dificultan mi relación con el Señor?
- ¿Reconozco al Señor que espero en mis hermanos?
- ORACIÓN
Te esperaré, Señor, tenso el oído
al callado temblor de tu pisada
sobre la senda nueva, acostumbrada
de tantos presentirte ya venido.
Te esperaré, Señor, estremecido
el cielo de mi noche inacabada
despierta mi impaciencia a tu llamada
y hecha mi cárcel vuelo reprimido.
Te esperaré, Señor, hasta que quieras
trocarme en logro de tu dulce encuentro
esta amarga quietud de mis esperas.
Te esperaré en mi casa anochecida,
vallada en soledad por fuera y dentro,
a la luz de mi lampara encendida.
P. Emeterio García Setién, ocd
La Santísima Virgen María es la figura más importante en la vivencia del Adviento. ¿Quién mejor que ella, que llevó en su seno al Hijo de Dios, nos puede enseñar a vivir el Adviento?
¡Qué este Adviento de la mano de Virgen María, sea para todos nosotros una nueva oportunidad que nuestra madre la Iglesia nos brinda para avivar nuestra espera, para avivar el deseo de la venida del Señor en nuestras vidas!
Julia López Lasala
Especialista en Espiritualidad Bíblica