LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO: Lucas 1,39-45
Entonces llamó a un arcángel / que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella / que se llamaba María, / de cuyo consentimiento /
el misterio se hacía; / en la cual la Trinidad / de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra, / en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado / en el vientre de María (San Juan de la Cruz).
María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá.
Movidos por el Espíritu nos disponemos a vivir el evangelio de María: la madre de nuestro Señor, la mujer creyente que se fía de Dios, la portadora de alegría. María comparte con nosotros: su disponibilidad al Espíritu, su capacidad para ver a Jesús en lo pequeño y cotidiano de cada día, su prontitud para levantarse y ponerse en camino para servir, el gozo de ser arca de la alianza. María es prototipo de la iglesia en salida. Los pobres, simbolizados en una mujer que espera en la montaña, nos esperan en el mar, en las calles, en los hospitales.
Gracias, María, por visitarnos con la Salvación.
Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
María, entregada por entero al misterio de Dios, entra en casa de Isabel y en la nuestra. María entra en los que esperamos a Jesús, dejando en nosotros un principio de gozo y plenitud, de belleza y esperanza. En nuestra casa, en las casas de los pobres, tiene lugar el nacimiento de su Hijo. María nos enseña a llevar a pobres un saludo de paz y bendición.
Gracias, María, por saludarnos.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
María e Isabel dan a la humanidad, a la Iglesia, un rostro más humano. Leyendo con ellas las señales humildes de Dios, ¡un saludo!, nos unimos a su alabanza, a su asombro, a su alegría. En ellas vemos las esperanzas cumplidas. Al tronco seco se le asoma un brote, a la tierra reseca le nace un manantial, a la noche le sorprende la aurora. Con los pobres de la tierra, que ven cumplidas las esperanzas más inauditas, saltamos de alegría en una danza interminable. El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo (Papa Francisco).
María e Isabel, queremos entrar en el saludo y saltar de alegría ante Jesús.
Se llenó Isabel de Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
La voz acallada de la desesperanza se convierte en grito profético: el Señor ha hecho maravillas, ha llenado de vida nuestros cántaros para llevar agua a los sedientos de la tierra. Con Isabel oramos el salmo más orado en el mundo: el Ave María. Ponemos nuestros ojos en Jesús para descubrir, asombrados, un maravilloso intercambio: «el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría».
Bendecimos, María, al fruto de tu vientre, a Jesús.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.
Bienaventuranza de la fe y cumplimiento de las promesas: dos constantes a lo largo de los siglos. Isabel nos presta sus palabras para que también nosotros digamos a María la primera bienaventuranza del Evangelio. Y María nos regala, como madre, su bienaventuranza: Dios no defrauda. Por más oscuro que aparezca el horizonte, hay un alba que despunta. Es Navidad.
Gracias, María, por enseñarnos a creer en Jesús.
¡Feliz Navidad! – CIPE, diciembre 2024