Domingo de la Sagrada Familia

Si la familia cristiana es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es concebida y cuidada, es una contradicción tremenda cuando se convierte en lugar donde es rechazada y destruida (Papa Francisco).

Los orantes, siguiendo a Jesús, nos perdemos para recorrer otros paisajes y encontrar en ellos al Dios de la ternura y misericordia. Porque se hace perdidizo quien anda enamorado. No vamos contra nadie, aunque nuestra pretensión de encontrar la identidad, caminando en libertad junto a Jesús, suscite interrogantes en los que nos rodean. No despreciamos ninguna institución, pero no aceptamos ningún chantaje, ni siquiera el de la angustia; sentimos dentro una llamada a recorrer los caminos originales, creativos, nuevos del Padre. Para nosotros sólo Dios es el absoluto, y todo lo demás, incluida la familia, encuentra su sentido en la medida que nos ayuda a realizar esta aventura de fidelidad y creatividad a los proyectos de amor del Padre. Acogemos cada día como una oportunidad de encuentro con Aquel que nos espera y ama.

Nadie como tú, Padre, siendo tan íntimo a nosotros, respetas nuestra libertad. Gracias.

Es la primera vez que habla Jesús en el evangelio de Lucas y lo hace en clave de libertad y de pasión por el Reino. No acepta la pretensión de sus padres de buscarlo para retenerlo y meterlo en los moldes de lo socialmente correcto. Sí acepta emprender, junto con ellos y con los que escuchan la palabra de Dios, un camino nuevo de obediencia al Padre. Los orantes, mirando siempre de cerca a Jesús, aprendemos a estar en la casa y en las cosas del Padre, nos entregamos a su voluntad vivificadora. Dios nos ha dado alas para volar. Nuestra casa es el amor del Padre. Siempre es suya la iniciativa. Esta convicción es para nosotros fundamental. Es don absoluto.

Tú, Jesús, nos ayudas a ver que el amor es nuestra dignidad.

La Palabra se hace humanidad, pero su fuerza creadora no queda encerrada en una humanidad estrecha, sin horizontes. La Palabra de Jesús, leída, escuchada, a veces no entendida, siempre meditada, es el suelo firme para aprender, para reconocer. Casi imperceptiblemente va dejando huella en el corazón y el entendimiento. Va tejiendo un espacio donde es posible el encuentro con Dios. Entrar en esta dinámica de libertad es esencial para que los orantes entendamos a Jesús y no apaguemos, con nuestra mentalidad vieja, la llama de amor viva del Espíritu. Así como Jesús crea situaciones incómodas, así la oración agita nuestra vida y la orienta hacia el proyecto del Reino.

Contágianos, Jesús, la fascinante aventura de vivir en familia, como comunidad de vida y amor.

María, la madre de Jesús, entra en el corazón con una certeza muy honda: saberse guiada y sustentada por el Espíritu. La suya es una manera de estar y sentir, de pensar y actuar, de aprender. Decidir hacia dónde quiere mirar y qué desea ver: Qué o a Quién está buscando. Honestamente. María abre caminos desde la interioridad. Repite dentro las palabras de Jesús, recuerda su encuentro con él en el camino. Lee su propia vida como lugar donde él se manifiesta. María es símbolo de la Iglesia, que guarda la identidad de Jesús en el corazón. María no sólo ve que Jesús crece en gracia, sino que siente cómo él va creciendo dentro de ella. María es, cada vez, más de Jesús. María es familia, santuario de la vida.

Ya no somos nosotros quienes vivimos. Eres Tú quien vive en nosotros.

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