Domingo tercero de Pascua

Lectura orante del Evangelio: Juan 21,1-19

Jesús nos mira siempre con amor (Papa Francisco).

‘Es el Señor’.

Cristo es el que nos señala el camino; lleno de vitalidad es nuestro amor y nuestra esperanza. Lo anuncian los que lo aman, los que sienten el gozo de haber sido liberados de la muerte y de pasar a la vida. El amor a Jesús, alimentado en el trato de amistad con él, hace creíble el anuncio. ¡Cuánto bien hace descubrir a Jesús en la oración y servirle en los más pobres! ¡Cuánto bien nos hacen los que lo confiesan y señalan con pasión de enamorados, como centinelas de la aurora! ‘Es el Señor’: Su presencia llena de alegría y explica el modo de vida del discípulo.
Espíritu, llena nuestro corazón de Cristo resucitado.  

‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’

Donde el pecado de infidelidad rompió la amistad, Jesús pone la fuente de su amor para que todo vuelva a ser posible. Jesús nunca se cansa de nosotros, quiere reconducir nuestras vidas. Se acerca y nos pregunta por lo esencial, no da a nadie por perdido. El pecado no cambia su corazón entrañable; es capaz de dar y pedir amor, de amar y ser amado. Insiste, una y otra vez, hasta que se restablece la relación de confianza y amistad con él.
Nuestra esperanza solo se apoya en tu amor, Señor, Jesús.  

‘Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero’.

¡Qué hermosa confesión de amor! La hacemos nuestra. Afortunadamente, gracias a Jesús, los pecadores podemos volver a enamorarnos de él. El amor al Señor cura el pasado. En el evangelio de Juan todo se cura con el amor. El amor verdadero no engaña. El amor verdadero es humilde. El amor verdadero brota de los ojos deseados que llevamos dentro dibujados. El amor verdadero se manifiesta en el abandono confiado. El amor verdadero da sentido a la oración, a la vida.
Jesús, tú sabes que te queremos.

‘Apacienta mis ovejas’.

Jesús sigue confiando en Pedro, en cada uno de nosotros; a pesar de todo. De ahí nace la misión, de ahí renace de nuevo el amor primero. En el encuentro con la misericordia entrañable de Jesús se alimenta nuestra fuerza evangelizadora. Jesús, siempre en medio de la comunidad, nos envía a apacentar con el corazón ensanchado para ser, en el encuentro con las gentes, un fiel reflejo de su bondad y ternura. ‘Apacienta mis ovejas’ es llevar en los labios un relato de salvación, tener como meta la compasión; es escuchar el latido de otros corazones, abrir brechas en las vidas heridas para que entre por ellas su vida resucitada. Apacentar es amar de tal modo que Jesús pueda cuidar de todos: pobres, pequeños, enfermos, heridos por la guerra… Toda misión apacentadora se fundamenta en el amor de Jesús, recibido y dado gratuitamente. Solo con Jesús la evangelización da fruto.
Jesús, tú pones misión en nuestras manos. ¿Por qué confías tanto en nosotros? 

‘Sígueme’.

Pedro está desnudo, símbolo de debilidad. Se pone la túnica, símbolo de servicio. Se echa al agua, símbolo de entrega de la vida. Se sienta a la mesa para participar en el banquete del Señor y de los hermanos. Pedro es prototipo de discípulo por su conversión. Ya no le mueven la ambición ni el dominio. Ahora es el amor al Señor, que va delante, el que lo mueve. El entusiasmo misionero lo recuperamos al escuchar su voz. ‘Sígueme’, nos dice Jesús, y le seguimos con docilidad, alentados con el poder de la resurrección.¿Por qué nos llama conociéndonos como nos conoce? No es hora de buscar razones que expliquen los por qué. La llamada a seguirle siempre es gratuita. Él está en ti, él está contigo y nunca se va. Es posible poner amor donde no lo hay.
Te seguimos, Jesús. Vamos contigo. ¡Qué alegría! 

Feliz Pascua de Resurrección – CIPE, mayo 2022

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