Décimo séptimo Domingo del tiempo ordinario.

Para rezar el Padrenuestro necesitamos que nuestro corazón esté en paz con nuestros hermanos (Papa Francisco).

El Espíritu nos acerca a Jesús y nosotros, como los discípulos, le pedimos que nos enseñe a orar. Le pedimos que nos muestre cuál es el secreto que lleva guardado en el corazón y que le permite vivir con tanta compasión y ternura, también en la dificultad. Orar no es una técnica que se aprende en una escuela. Oramos cuando nuestro corazón late al ritmo del corazón de Jesús. Desarrollamos lo que somos cuando nos comunicamos con Dios.

Enséñanos a orar.  

Jesús nos da su Abbá, nos invita a decir ‘Padre’ desde nuestra condición de hijos, nos ayuda a confiar en el abrazo del Padre. Para orar no hacen falta muchas palabras, sólo necesitamos decir: ‘Padre’, llamar al que nos engendró y nos dio la vida, estar con quien sabemos nos ama. El Abbá es gozo hondo, es descanso, es amor que mana sin cesar, es nuestra identidad. Decimos ‘Padre nuestro’, porque Jesús ha dibujado en nuestra interioridad que somos hijos y, a la vez, hermanos.

Espíritu Santo, enséñanos a decir ‘Padre’.

Con el Abbá en el corazón, todo se ve de otra manera; la vida tiene otro sentido. Ya no es posible apartar la mirada de los pobres y pequeños. Nos nacen por dentro otros deseos. Ya no son nuestras cosas las que importan. Ni el poder ni el dinero son la meta. Que el proyecto del Abbá, el que apasionó a Jesús, vaya adelante, eso es lo que nos importa. Que todos conozcan al Abbá y lo que los ama. Que en la morada interior todos vivan el abrazo del Abbá y que el mundo sea un lugar de bendición y de paz. 

Padre, hágase tu voluntad.     

El Abbá no puede ser mejor de lo que es; es pan que se hace encuentro, perdón que se hace comunión, fortaleza en las horas difíciles para luchar contra el mal, cimiento sólido de nueva humanidad. Pedimos ese pan y ese perdón para seguir a Jesús por el camino con libertad y alegría, Nuestro pan compartido y nuestro perdón ofrecido a los que nos han ofendido, son la respuesta al Dios del amor. ¿Sabemos perdonar?

Nos amas, Padre, y cuidas de nosotros. Gracias por tu perdón.   

Cuando todo se va, el Abbá se queda. Cuando en la prueba todo se oscurece, el Abbá sigue llevándonos en su palma. El Abbá es nuestra confianza; Él nos prepara, en medio del dolor, para el parto de una vida nueva, para un abrazo que no tendrá fin. 

Gracias, Padre, por estar siempre. Amén.   

Orar es atrevernos a ser lo que somos por gracia, a pedir como creyentes, a buscar el reino como gentes de esperanza, a llamar a las puertas del Amor. El Abbá nos da el Espíritu, que recrea en nosotros la memoria de Jesús y nos lanza a una fiesta de encuentro profundo con todo. Nada está perdido, ningún pequeño. 

Gracias, Espíritu de amor.

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