Domingo octavo del Tiempo Ordinario

Lectura orante del Evangelio: Lucas 6,39-45

Discernir significa humildad y obediencia. Humildad respecto a los propios proyectos. Obediencia respecto al Evangelio, criterio último (Papa Francisco).  

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

Dos preguntas de Jesús, como lámparas encendidas, penetran en nuestro interior ayudándonos a discernir. Es ciego quien no ha experimentado la misericordia del Señor en su propio pecado, pero se acerca a la luz quien se reconoce ciego ante el misterio de Dios y pide a Jesús que le dé los ojos deseados que llevo en mis entrañas dibujados. Quien conoce la misericordia puede guiar a otros, puede anunciarles la buena nueva del Evangelio.

Jesús, da luz a nuestros ojos para mirar como Dios mira.    

No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

Siqueremos ser contemplativos tenemos que ser aprendices, discípulos de Jesús, toda la vida. Para discernir es necesaria la humildad. Si cada día abrimos el oído y el corazón para aprender, seremos un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo (Papa Francisco).

Gracias, Señor, Jesús, por compartir tu vida poderosa con nuestras frágiles manos. 

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?

El discípulo vive el seguimiento de Jesús en comunidad (referencia a tu hermano); el discernimiento es comunitario. Dos tareas: seguir trabajándose a sí mismo por dentro, sacarse la viga; y guiar a los otros (sacar la mota) porque lo mejor en este caso no es callar y no meterse en nada: la vida de los demás no es ajena a los discípulos. Es una contradicción ser exigentes a la hora de señalar en los demás las más pequeñas trasgresiones de la ley, y no ver las propias; eso es no tener misericordia.

Tu historia de amor comienza en nuestro propio corazón.

No se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

No somos zarzas ni espinos. Somos, por pura gracia del Señor, huerto regado, fecunda higuera, viña florida. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio (Papa Francisco). El Espíritu, intimidad de nuestra intimidad, “atalaya adonde se ven verdades”, limpia nuestra imagen de hijos e hijas de Dios para que demos frutos de santidad.

Gracias, Señor. Bendito seas.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien.

Llevamos un tesoro de bondad en el corazón. Para descubrirlo, necesitamos tomar una lámpara y buscar en el silencio el acontecer íntimo de lo que llamamos vida: Dios mismo que nos hace participar de su ser y nos da voluntad para cuidar la vida herida. Dios, en nosotros, es fuente de santidad en medio de las gentes. La palabra de Jesús, guardada en el corazón, constituye la belleza interior y el fundamento de una vida sólida y solidaria. Es hora de que hable la boca de lo que rebosa del corazón. Es hora de ser espirituales de veras, hechos a imagen del Espíritu, que renueva la faz de la tierra.

 Gracias, Señor: Nos ha tocado un lote hermoso. Nos encanta tu bendición.

CIPE – febrero 2022

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