Vigésimo cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.

Lectura orante del Evangelio: Lucas 15,1-32

Dios no deja jamás de querer nuestro bien, aun cuando pecamos (Papa Francisco).  

‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. 

La actuación de Jesús está siempre inspirada, motivada e impulsada por la misericordia. Ofrece el perdón de manera gratuita. Realiza gestos inverosímiles: acoger y sentarse a la mesa con los pecadores. Rompe la discriminación y abre espacios nuevos de fraternidad donde todos son acogidos, porque la misericordia es para todos. De este modo anuncia la Buena Noticia. Los fariseos murmuran al ver cómo se comporta Jesús, pero los pecadores se acercan a él sin miedo y comparten con él la mesa. ¿Cómo nos situamos nosotros ante esta manera que tiene Jesús de tratar a los pecadores? Inspíranos, Señor, el gesto y la palabra oportuna frente a los hermanos.  

‘Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse’. 

La alegría de Dios es perdonar. Dios no nos olvida, no sabe estar sin nosotros, nos lleva en el corazón, nos espera siempre, nos llama de mil maneras. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Cuando vamos a él, nos acoge en su casa como a hijos, porque no deja jamás de esperarnos con amor. El corazón de Dios está de fiesta por cada hijo que vuelve. Jesús nos llama a todos a seguir este camino de alegría. Cuando vamos a Dios alegramos su corazón, cuando sentimos en nuestro corazón la alegría de perdonar estamos en comunión con Dios. Realiza, Señor, tu misericordia en nuestra fragilidad y pecado.  

‘Me pondré en camino adonde está mi padre’. 

Sabiendo que Dios nos ama, nos ponemos en camino hacia ese lugar donde está el Padre y nos espera: nuestro corazón. El Padre, el Hijo, el Espíritu están en nuestra entraña más honda. Al atravesar ese umbral nos sumergimos en el amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin ningún temor. Madre de Misericordia no nos dejes nunca solos en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y dolor.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. 

El Padre nos ve llegar, echa a correr, nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, nos abraza, nos llena de besos, hace una fiesta grande. No nos deja ni hablar de nuestro pecado, ¡tanta es su alegría! Así nos muestra su misericordia. “A veces pienso que Él obra conmigo como si no tuviese a nadie más a quien amar” (Isabel de la Trinidad). Esa experiencia de amor perdonador es la que nos ayuda a creer y a perdonar con alegría a los que nos han ofendido. Cantaremos eternamente tus misericordias, Señor.  

Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado’.

 Dios no quiere ser servido, quiere ser amado. Quien no sabe perdonar, es que todavía no ha conocido la plenitud del amor. La experiencia de Dios se manifiesta en el amor a los hermanos, en el gozo por su alegría. Gracias, Señor, por esta profunda alegría que nos haces sentir.          

¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – septiembre 2022

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