Lectura orante del Evangelio: Lucas 18,1-8
No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho (Santa Teresa de Jesús).
Orar siempre, sin desfallecer.
Tenemos ante nosotros la imagen de Jesús orante. Tenemos la imagen de Teresa de Jesús. Recordamos su enseñanza. La constancia, la determinación de no abandonar, es fundamental en la oración, porque lo es en el amor, y no se ama sólo a ratos ni en los rincones. No se trata de orar algunas veces, cuando tenemos ganas, sino de orar sin desanimarnos. La perseverancia indica una confianza que no se rinde ni se apaga en la noche. Dios está siempre con nosotros, nunca deja de amarnos. Somos frágiles, pero abrazados por él. Somos pequeños, pero mirados por su amor. El objetivo fundamental de la oración es la relación con Él:
tratar de amistad estando muchas veces tratando con quien sabemos nos ama. Juntos andemos, Señor (Santa Teresa).
‘Había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia” … Dijo (el juez): ‘Le voy a hacer justicia’.
La sed de justicia, “hazme justicia”, es el grito que llega desde los empobrecidos y oprimidos. Una mujer viuda, que no se atemoriza ante los poderosos, verdadera profetisa que desafía y denuncia al juez corrupto, nos acompaña en el camino. Orar en Jesús es poner en acción todos los valores íntimos para responder a la injusticia cada vez más presente en nuestra tierra. La oración hace fuerte la impotencia de los débiles. La oración no es indiferente ante el grito de los más pobres que claman. Una oración compasiva, que cura heridas, sana corazones desgarrados, hace justicia, sí es la de Jesús. Donde hay una injusticia tiene que haber una oración comprometida. El rostro de esta mujer representa a la Iglesia orante en su lucha por la justicia.
Dios no se da de sí del todo hasta que nos danos del todo (Santa Teresa).
“Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?… ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar”.
Dios nunca se retira de nuestra historia, oye los gritos de los más pobres, no vive ajeno a este mundo. Al orar tenemos la oportunidad de contagiarnos con la misma pasión por la justicia que tiene Jesús. De los injustamente tratados, de los que han sido desposeídos de su dignidad, de su verdad, de su felicidad, es el Reino de los cielos. Dios confía en nosotros para hacer justicia a los pobres. ¿Confiaremos en él? La oración es el arma más pacífica y eficaz contra la injusticia. Una oración es justa y humana en la medida en que se preocupa por los más pobres.
Dios es amigo de ánimas animosas (Santa Teresa).
‘Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?’
Dios está constantemente cambiando la historia: derriba a los potentados de sus tronos y enaltece a los humildes. ¿Creemos nosotros que las cosas pueden cambar? ¿Trabajamos para ello? ¿Tenemos los sueños de Dios? Una oración misionera, como resistencia activa y coraje frente a la injustica, sin dejarnos vencer por el mal, manteniéndonos en el amor, hace crecer el reino de Dios. Desear justicia y trabajar en la denuncia profética descubriendo causas y causantes, y hacerlo siempre con Jesús, es la mejor oración.
Hacer eso poquito que está en mí (Santa Teresa).
¡Feliz Domingo! CIPE – octubre 2025