Lectura orante del Evangelio: Lucas 14,25-33
La decisión de Jesús fue radical y total, y los que le siguieron fueron llamados a medirse con ella (Papa Francisco).
Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo.
Muchos seguimos a Jesús. Pero, ¿cómo lo seguimos? ¿Con un seguimiento indeciso, precario, del ‘sí pero no’? ¿Con un seguimiento alegre, decidido, misionero? Jesús se vuelve, nos mira, nos hace una oferta ambiciosa de vida, alegría y plenitud. Nos desafía a plantear nuestra vida desde el ámbito del amor de Dios. No nos es fácil entenderle, porque su propuesta desborda nuestros esquemas mentales. Aun así, con la confianza del Espíritu aceptamos quedarnos con él, cara a cara, rumiando con calma sus palabras hasta que nos desvelen su belleza y entremos en la fascinante aventura del Reino. Espíritu Santo, orienta nuestro corazón hacia Jesús.
‘Si alguno viene a mí y no pospone a sí mismo, no puede ser discípulo mío’.
Es mejor callar de momento, es mejor que las palabras de Jesús horaden nuestra piedra y desenmascaren nuestra vieja mentalidad. Es mejor estar ante quien se ha jugado la vida y nos comparte, como testigo apasionado, la verdad del Reino. Es mejor estar así, en silencio, hasta que entendamos mejor a Jesús y nos brote una realidad nueva. Es mejor sentirnos acompañados por el amor de Jesús, que es fiel. Cuando los valores del ego se colocan en un segundo plano, es que estamos ante un valor excepcional, vital. Lo que dice Jesús no es antihumano, al revés. Más allá de nuestro modo de vivir, por muy correcto que parezca, hay más vida. Jesús invita a plantear la vida de una manera nueva, plena. Es hora de optar por Jesús. Al descubrir el gozo de caminar al aire de Jesús, todo lo demás adquiere el justo valor. Gracias, Jesús, por invitarnos a caminar contigo.
‘Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío’.
Caminar al lado de Jesús no es un salto en el vacío, aunque sí pide elegir, por amor, la cruz de cada día. Seguir a Jesús es confiar en él, poner en él los ojos, salir y ponerse en movimiento para vivir el Evangelio. Ser discípulo de Jesús es una elección libre y consciente, hecha por amor, que requiere itinerancia, prontitud y decisión. Quien está con Jesús comprueba que la cruz y la alegría no son algo contradictorio. La humildad de andar en verdad es el verdadero territorio de la fecundidad. En la cruz aprendemos a romper con el egoísmo y a zambullirnos en el amor de Jesús. La cruz, libre y liberadora, no nos separa de la comunión con Jesús, ni nos impide amar a los demás. Jesús, danos tu fuerza para caminar contigo.
‘El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío’.
Jesús nos ofrece ser señores de todo, como lo es él; ‘todo es para mí’ (Juan de la Cruz). Siguiendo a Jesús, renunciamos a poner el corazón en los bienes porque hemos descubierto un bien mejor. Más que en la renuncia, el acento está en la plenitud y en la alegría. El Espíritu nos ayuda a ser discípulos de Jesús, ahora. Jesús, tú eres nuestra plenitud.
¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – septiembre 2022
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