Lunes, 24 de febrero.
“Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». Jesús replicó: «Si puedo. Todo es posible al que tiene fe». Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: «Creo, pero ayuda mi falta de fe» (Mc 9, 14-29).
Jesús siempre se acerca y se deja afectar por los males que aquejan al ser humano. Se sorprende ante la fe trabajosa de un padre, el estupor y la incomprensión de la gente, la frustración de los discípulos. Jesús indica la fe como condición para curarse, porque para Dios nada hay imposible.
Creo, Señor, pero aumenta mi fe. Me cuesta creer que solo tú eres capaz de hacer posible lo imposible. Y sé que solo necesitas mi oración confiada.
Martes 25 de febrero
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle” (Mc 9, 31).
Jesús explica a quienes quieran ser sus discípulos lo que supone estar con él: En lugar de buscar el poder y la posición, sus seguidores deben buscar servir a los demás, especialmente a los más pequeños y vulnerables. En la misión no estamos solos, llevamos la presencia de Jesús y del Padre.
Dame vocación de último, Señor, de servidor de todos. Con las manos vacías y el corazón abierto, hazme un instrumento de tu amor, una diminuta gota de tu ternura.
Miércoles, 26 de febrero
“Quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 40).
¿Por qué nos tememos tanto? ¿De dónde nos nace este afán por dividir y trazar fronteras, cuando lo nuevo de Dios es la comunión? Destruye toda muralla que te impida ver el sol. Pide al Espíritu el don de poder amar a todos. “Necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales” (Spes non confundit, 9).
Padre, si tú habitas en mi corazón, también lo haces en el corazón de cada ser humano. Ayúdame a vivir sabiendo que es tan infinitamente grande lo que nos une como para que nos fijemos en las menudencias que nos separan.
Jueves, 27 de febrero
“El que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa” (Mc 9, 41-50).
La misericordia de Jesús te ofrece un tiempo nuevo para que puedan germinar en ti la paz y la fraternidad. La última palabra la tiene la misericordia. La última palabra la tiene el amor. Interésate por las personas: que vivan en plenitud y sean felices. Esa es la mejor forma de dar agua.
Cada día me acerco a tu fuente para aprender a amar. Tu Espíritu me acompaña. Ofrezco el vaso del agua para que beban los que tienen sed de ti. Me abro confiado a tu amor, regalo la sonrisa que brota del encuentro contigo.
Viernes, 28 de febrero
“Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10, 1-12).
Así es el milagro del amor; no conduce al dominio sino a la comunión. Ninguna ley humana puede destruir esta igualdad de hombre y mujer querida por Dios. Da tu apoyo a las iniciativas que trabajan por la igualdad en dignidad de hombre y mujer, la reciprocidad de sus dones para un mundo mejor.
Señor, gracias por cada ser humano, terreno sagrado donde tú habitas. Gracias por darnos la oportunidad de caminar juntos como hermanos. Gracias por regalarnos la misma dignidad, por amarnos sin distinción de sexo, raza o religión.
Sábado, 1 de marzo
“Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10, 13-16).
Las cosas bellas empiezan a nacer en el corazón de un niño. El don de Jesús se convierte en ellos en una fuente de gracia para todos. Acércate a los pequeños, míralos con cariño. Poco a poco descubrirás tu propio rostro de niño/a.
Ando buscando tu rostro, Señor. Y Tú te escondes en los pequeños. Enséñame a recorrer los caminos de la infancia confiadamente.