¿No ardía nuestro corazón, cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32)

El papa Francisco instituyó el domingo de la Palabra de Dios el 30 de septiembre de 2019, con la firma de la carta apostólica en forma de «Motu proprio» Aperuit illis, con el fin de dedicar un domingo completamente a la Palabra de Dios. Desde entonces cada tercer domingo del tiempo ordinario se celebra el «Domingo de la Palabra de Dios» y el logo de esa celebración es un extracto del bello ícono Camino a Emaús de Sor Marie-Paul Farran, O.S.B. (Monasterio en el Monte de los Olivos, Jerusalén, Israel) que recoge el encuentro de dos discípulos con Jesús camino a la aldea de Emaús:

A continuación, vamos a detenernos en las cuatro etapas que debería recorrer la Palabra de Dios para que fructifique en nosotros como explicaba María del Carmen Hornedo Correa, religiosa española del Sagrado Corazón de Jesús fallecida en el 2010.
Las cuatro etapas de la Palabra de Dios
– Lectura del texto: en primer lugar, lectura detenida de un fragmento del Evangelio o de una de las lecturas del día. La mayoría de las veces hacemos abortar la Palabra; no la hacemos fructificar.Por eso es importantedespués de leerla permanecer en silencio a la espera para que el Espíritu Santo actualice esa Palabra en nosotros:
“La fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo” (Rom 10, 17)
– El Espíritu Santo actualiza en nosotros la Palabra: el aquí y el ahora. ¿Qué me está diciendo a mí aquí y ahora? Podríamos decir que el hobby favorito del Espíritu Santo es actualizar la Palabra. En este segundo momento, se trata de releer el texto y quedarnos con alguna frase o con alguna palabra que nos haya especialmente “salpicado”. No todo el texto, solo algo… Puede ser un gesto de Jesús (sintió compasión , miró al cielo…), una respuesta de Jesús , algo…No se trata de que al final cada uno de nosotros llegue a una conclusión; se trata de que sea el Espíritu Santo el que actualice esa Palabra en nosotros:
Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Jn 14, 25-26)
“Y, entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran Las Escrituras» (Lc 24,45).
– La Palabra penetra, se mete dentro de cada uno de nosotros; se encarna: La fuerza de la Palabra penetra hasta las entrañas del hombre y lo transforma:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (Heb 4,12)
– La Palabra hierve dentro de nosotros y nos moviliza hacia fuera para dar a los demás.
Yo decía: “No volveré a recordarlo, no hablaré más en su Nombre.” Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía. (Jr 20, 9)
Dios es el dueño de todo, pero lo deja todo en manos del ser humano; entra en juego la libertad del hombre porque Dios actúa a través de nosotros. Por eso son tan importantes los grupos de oración para que todos nuestros proyectos y acciones se hagan desde la Palabra.
Hay que saber verle, saber qué nos quiere decir con todos estos cambios y situaciones de incertidumbre que se están dando en el mundo. Hay que descubrirle en la realidad, en la historia, en los cambios y crisis vitales tanto personales como globales porqueDios, ahí, nos está queriendo decir algo; quiere hacernos crecer, pero nosotros nos resistimos a los cambios, al crecimiento, a ir más allá; tendemos a instalarnos en lo ya conocido, en lo seguro… De ahí que sea tan importante regarlo todo con la Palabra.
San Jerónimo, de Cicerón a la Palabra de Dios.
Fue san Jerónimo (Dalmacia 342- Belén 420), padre y doctor de la Iglesia, quien afirmó: “Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”. San Jerónimo recibió una sólida formación en Roma; además de latín, sabía griego y hebreo. En el año 382, se trasladó a Roma y fue secretario y consejero del Papa san Dámaso quien le encomendó la gran misión de traducir la Biblia al latín, “la vulgata”, conocida por ese nombre por ser una traducción con un latín más coloquial, en contraposición con el latín clásico de Cicerón, con el objetivo de que fuese más fácil de entender por el pueblo, por el vulgo. Hasta ese momento, los cristianos del Imperio romano solo podían leer la Biblia en griego. Tras la muerte del Papa en el año 385, fijó su residencia en Belén donde vivó una vida monástica dedicada a traducir y explicar las Sagradas Escrituras.

El Papa Francisco, en la carta apostólica «Scripturae Sacrae Affectus», indicaba que curiosamente el amor que san Jerónimo tenía por la Escritura no nació desde el comienzo. San Jerónimo había amado desde joven la belleza de los textos clásicos griegos y latinos y, en comparación, los escritos de la Biblia le parecían, inicialmente, toscos e imprecisos, demasiado ásperos para su refinado gusto literario. Sin embargo, tuvo un sueño en que el Señor se le presentaba como juez: “Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me dijo: ‘Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano. Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.’”. Fue a raíz de este sueño cuando san Jerónimo se dio cuenta de que amaba más los textos clásicos que la Biblia y, ahí, comenzó su amor por la Palabra de Dios.
San Jerónimo animaba a todos los cristianos, sacerdotes, monjes y laicos, a empaparse de la Palabra de Dios. Entre los numerosos consejos que daba sobresale especialmente este que le dio a la virgen Eustoquia: “Lee con mucha frecuencia y aprende lo más posible. Que el sueño te sorprenda con el códice en la mano y caiga tu faz sobre la página santa”.
El Antiguo Testamento, tan injustamente olvidado y desconocido por la gran mayoría de los católicos, es de vital importancia conocerlo, releerlo y orarlo por constituir la primera parte de la historia de la salvación en la que se nos anuncia la llegada de Cristo. El mismo Jesús así se lo indicó a los discípulos de Emaús:
“Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras”. (Lc 24,27)
¿Qué pasajes escogería Jesús? ¡Qué pena que Lucas no dejara por escrito los textos seleccionados por Jesús! Sin embargo, cuando profundizamos en la lectura-orante y el estudio del Antiguo Testamento fácilmente resuenan en nosotros algunos pasajes fundamentales: los cuatro Cantos del Siervo recogidos por el profeta Isaías, las profecías del profeta de Daniel, infinidad de salmos… Los primeros cristianos volvieron la vista a las Sagradas Escrituras y reconocieron en ellas a Jesucristo:
He aquí mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará mi ley a las naciones. No disputará, no gritará […] te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes para abrir los ojos de los ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas. (Is 42,1; 6-7)
Eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó.Andábamos todos errantes como ovejas, cada cual por su camino y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas. Cuando era maltratado, se sometía, y no abría la boca, como cordero llevado al matadero. (Is 53, 5-6)
…y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el anciano y lo hicieron acercar hasta él. Se le dio poder, gloria y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido. (Dn 7, 13-14) Es claro que san Mateo identificó al Siervo de Dios con Jesús. (Mt 12, 17- 21) y, al mismo tiempo, en otro pasaje, a Jesús, el Cristo, con el Hijo del hombre que había de venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria (Mt 24, 30) siendo esta la gran novedad del mesianismo de Jesús que tan sabiamente supieron recoger los evangelios sinópticos: un Mesías, a la vez, sufriente y resucitado, que vendrá
La Palabra de Dios trasciende los tiempos.
El Papa Benedicto XVI en una de sus audiencias afirmó:
“No debemos olvidar nunca que la palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La palabra de Dios, por el contrario, es palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Por tanto, al llevar en nosotros la palabra de Dios, llevamos la vida eterna”.
Oración final
Juan Pablo II señaló que la fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo, es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Con fe imploramos al Espíritu Santo:
¡Oh, Espíritu Santo, hoy te pedimos especialmente que nos concedas el don del entendimiento: la gracia para comprender la Palabra de Dios, profundizar y aceptar las verdades reveladas!
Amén.
Julia López Lasala
Especialista en Espiritualidad Bíblica