Fundaciones (29): Palencia: Gente es de la mejor masa y nobleza que yo he visto

Cuando una no está para nada. «Llegada a Valladolid, diome una enfermedad tan grande que pensaron muriera. Quedé tan desganada y tan fuera de parecerme podría hacer nada» (F 29,1). La importuna la priora de Valladolid para que funde en Palencia, pero «no podía persuadirme, ni hallaba principio» (F 29,1). «Eran muchos los inconvenientes que hallaba» (F 29,2).

«Uno de los grandes trabajos y miserias de la vida me parece éste, cuando no hay espíritu grande que le sujete; porque tener mal y padecer grandes dolores, aunque es trabajo, si el alma está despierta, no lo tengo en nada, porque está alabando a Dios, y con considerar viene de su mano. Mas por una parte padeciendo y por otra no obrando, es terrible cosa, en especial si es alma que se ha visto con grandes deseos de no descansar interior ni exteriormente, sino emplearse toda en servicio de su gran Dios. Ningún otro remedio tiene aquí sino paciencia y conocer su miseria y dejarse en la voluntad de Dios, que se sirva de ella en lo que quisiere y como quisiere» (F 29,3). «La flaqueza era tanta, que aun la confianza que me solía dar Dios en haber de comenzar estas fundaciones tenía perdida. Todo se me hacía imposible» (F 29,3).

La importancia de los amigos. Es don muy grande del Señor, «no sé cómo encarecer la importancia de los amigos» (V 7,20), «encontrar alguna persona que eme animara» (F 29,3). ¿Cómo orar y vivir sin su compañía y aliento? «Si Dios no diera los buenos amigos que nos dio, todo no era nada» (F 29,12). «El mismo Señor, como se ha visto en las demás fundaciones, toma en cada parte quien le ayude, que ya ve Su Majestad lo poco que yo puedo hacer» (F 29,8). Aparecen muchos en el relato: el obispo, D. Álvaro de Mendoza, «que siempre, en todo lo que toca a esta Orden, favorece… púsole nuestro Señor en voluntad que allí hiciese otro de esta sagrada Orden» (F 29,1); «el buen canónigo Reinoso trajo otro amigo suyo, llamado el canónigo Salinas, de gran caridad y entendimiento» (F 29,12); a ellos llama. «estos santos amigos de la Virgen» (F 29,25); «un padre de la Compañía, llamado el maestro Ripalda, con quien yo me había confesado un tiempo, gran siervo de Dios. Yo le dije cuál estaba y que a él le quería tomar en lugar de Dios, que me dijese lo que le parecía. Él comenzóme a animar mucho» (F 29,4); el provisor Prudencio, que «es de tanta caridad con nosotras» (F 29,26).

Que no saben decirme lo que quiero. Solo el Señor tiene la palabra y el ánimo verdaderos. «Ahora venga el verdadero calor, pues no bastan las gentes ni los siervos de Dios; adonde se entenderá muchas veces no ser yo quien hace nada en estas fundaciones, sino quien es poderoso para todo» (F 29,5). El Señor es quien sosiega la casa. «Estando yo un día, acabando de comulgar, puesta en estas dudas y no determinada a hacer ninguna fundación, había suplicado a nuestro Señor me diese luz para que en todo hiciese yo su voluntad; que la tibieza no era de suerte que jamás un punto me faltaba este deseo. Díjome nuestro Señor con una manera de reprensión: ¿Qué temes? ¿Cuándo te he yo faltado? El mismo que he sido, soy ahora; no dejes de hacer estas dos fundaciones. ¡Oh gran Dios!, ¡y cómo son diferentes vuestras palabras de las de los hombres! Así quedé determinada y animada, que todo el mundo no bastara a ponerme contradicción, y comencé luego a tratar de ello, y comenzó nuestro Señor a darme medios. (F 29,6). «Tomé dos monjas para comprar la casa» (F 29,7). «Pues Dios decía que se hiciese, que Su Majestad lo proveería. Y así, aunque no estaba del todo tornada en mí, me determiné a ir, con ser el tiempo recio» (F 29,7).

«Bendito sea el que me dio luz en esto, para siempre jamás; y así me la da en si alguna cosa acierto a hacer bien, que cada día me espanta más el poco talento que tengo en todo. Y esto no se entienda que es humildad, sino que cada día lo voy viendo más: que parece quiere nuestro Señor conozca yo y todos que sólo es Su Majestad el que hace estas obras, y que, como dio vista al ciego con lodo, quiere que a cosa tan ciega como yo haga cosa que no lo sea… Bendita sea su misericordia, amén» (F 29,24).

A vueltas con la casa. «Está en el pueblo una casa de mucha devoción de nuestra Señora, como ermita, llamada nuestra Señora de la Calle. En toda la comarca y ciudad es grande la devoción que se le tiene y la gente que acude allí (F 29,13). Pero las casas adyacentes están destartaladas. Sus amigos le buscan otra mejor. Ya tiene una buena y otra mala. Pero la mala es en la que «se sirven nuestro Señor y su gloriosa Madre allí y que se quitan hartas ocasiones. Porque eran muchas las velas de noche, adonde, como no era sino sola ermita, podían hacer muchas cosas que el demonio le pesaba se quitasen» (F 29,23). ¿Qué hacer? Teresa se inclina por la que cree mejor. Pero «fui a recibir el Santísimo Sacramento, y luego en tomándole entendí estas palabras, de tal manera que me hizo determinar del todo a no tomar la que pensaba, sino la de nuestra Señora: Esta te conviene… Yo comencé a parecerme cosa recia en negocio tan tratado y que tanto querían los que lo miraban con tanto cuidado. Respondióme el Señor: No entienden ellos lo mucho que soy ofendido allí, y esto será gran remedio. Pasóme por pensamiento no fuese engaño, aunque no para creerlo, que bien conocía en la operación que hizo en mí, que era espíritu de Dios. Díjome luego: Yo soy. Quedé muy sosegada y quitada la turbación que antes tenía» (F 29,18-19). «Ello se ve claro ponía en muchas cosas ceguedad el demonio, porque hay allí muchas comodidades que no se hallaran en otra parte y grandísimo contento de todo el pueblo, que lo deseaban, y aun los que querían fuésemos a la otra, les parecía después muy bien» (F 29,23).

El arcaduz humano. Pero el Señor quiere que todo pase por el arcaduz humano, aun siendo éste tan pobre. «Tomé este remedio: yo me confesaba con el canónigo Reinoso… y como lo he acostumbrado siempre en estas cosas hacer lo que el confesor me aconsejare, por ir camino más seguro, determiné de decírselo debajo de mucho secreto, aunque no me hallaba yo determinada en dejar de hacer lo que había entendido sin darme harta pesadumbre. Mas, en fin, lo hiciera, que yo fiaba de nuestro Señor lo que otras veces he visto, que Su Majestad muda al confesor, aunque esté de otra opinión, para que haga lo que El quiere» (F 29,20).

«Díjele primero las muchas veces que nuestro Señor acostumbraba enseñarme así y que hasta entonces se habían visto muchas cosas en que se entendía ser espíritu suyo, y contéle lo que pasaba; mas que yo haría lo que a él le pareciese, aunque me sería pena. El es muy cuerdo y santo y de buen consejo en cualquiera cosa, aunque es mozo; y aunque vio había de ser nota, no se determinó a que se dejase de hacer lo que se había entendido» (F 29,21).

La presencia alentadora del pueblo de Dios. En varias ocasiones, a lo largo del relato, se vuelve Teresa, llena de agradecimiento, al pueblo de Palencia. «Fue tanto el contento que mostró el pueblo y tan general, que fue cosa muy particular, porque ninguna persona hubo que le pareciese mal. Mucho ayudó saber lo quería el Obispo, por ser allí muy amado. Mas toda la gente es de la mejor masa y nobleza que yo he visto, y así cada día me alegro más de haber fundado allí» (F 29,11). «Yo no querría dejar de decir muchos loores de la caridad que hallé en Palencia, en particular y general. Es verdad que me parecía cosa de la primitiva Iglesia, al menos no muy usada ahora en el mundo, ver que no llevábamos renta y que nos habían de dar de comer, y no sólo no defenderlo, sino decir que les hacía Dios merced grandísima. Y si se mirase con luz, decían verdad; porque, aunque no sea sino haber otra iglesia adonde está el Santísimo Sacramento más, es mucho» (F 29,27). «Es gente virtuosa la de aquel lugar, si yo la he visto en mi vida» (F 29,13).

«¡Sea por siempre bendito, amén!, que bien se va entendiendo se ha servido de que esté allí y que debía haber algunas cosas de impertinencias que ahora no se hacen; porque, como velaban allí mucha gente y la ermita estaba sola, no todos iban por devoción. Ello se va remediando. La imagen de nuestra Señora estaba puesta muy indecentemente. Hale hecho capilla por sí el obispo Don Álvaro de Mendoza, y poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo. ¡Sea por siempre alabado, amén, amén!» (F 29,28).

Las acciones de Dios van envueltas en fiesta. «Pues acabada de aderezar la casa para el tiempo de pasar allá las monjas, quiso el obispo fuese con gran solemnidad. Y así fue un día de la octava del Santísimo Sacramento, que él mismo vino de Valladolid, y se juntó al Cabildo con las Órdenes, y casi todo el lugar. Mucha música. Fuimos, desde la casa adonde estábamos todas, en procesión, con nuestras capas blancas y velos delante del rostro, a una parroquia que estaba cerca de la casa de nuestra Señora, que la misma imagen vino también por nosotras, y de allí tomamos el Santísimo Sacramento y se puso en la iglesia con mucha solemnidad y concierto. Hizo harta devoción. Iban más monjas, que habían venido allí para la fundación de Soria, y con candelas en las manos. Yo creo fue el Señor harto alabado aquel día en aquel lugar. Plega a Él para siempre lo sea de todas las criaturas, amén, amén». (F 29,29).

Uno de los grandes gozos. «Estando en Palencia, fue Dios servido que se hizo el apartamiento de los Descalzos y Calzados, haciendo provincia por sí, que era todo lo que deseábamos para nuestra paz y sosiego… Eligieron por provincial al padre maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios» (F 29,30). «Me dio a mí uno de los grandes gozos y contentos que podía recibir en esta vida… el gozo que vino a mi corazón y el deseo que yo tenía que todo el mundo alabase a nuestro Señor» (F 29,31). «Ahora estamos todos en paz, Calzados y Descalzos. No nos estorba nadie a servir a nuestro Señor. Por eso, hermanos y hermanas mías, pues tan bien ha oído sus oraciones, prisa a servir a Su Majestad… Ahora comenzamos y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor. Miren que por muy pequeñas cosas va el demonio barrenando agujeros por donde entren las muy grandes. No les acaezca decir: ‘En esto no va nada, que son extremos’. ¡Oh hijas mías, que en todo va mucho, como no sea ir adelante!» (F 29,32).

«Por amor de nuestro Señor les pido se acuerden cuán presto se acaba todo y la merced que nos ha hecho nuestro Señor a traernos a esta Orden, y la gran pena que tendrá quien comenzare alguna relajación. Sino que pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos Profetas. ¡Qué de santos tenemos en el cielo que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la batalla, hermanas mías, y el fin es eterno. Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de vivir para siempre jamás, amén, amén. A Dios sean dadas gracias» (F 29,33).

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