Carta conjunta OCARM-OCD para el Año de la Oración y la Solemnidad de Nuestra Señora del Monte Carmelo, 16 de Julio de 2024
La alegría del Magnificat
Con la alegría del Magnificat de María, os saludamos, queridos hermanos y hermanas en el Carmelo (OCarm y OCD): ¡Paz y Esperanza!
Oramos unidos
Os compartimos que los dos generales, Míċeál O’Neill, OCarm, y Miguel Márquez, ocd, hemos orado, conversado y compartido, con María en medio de nosotros, este momento de nuestra historia como familia en la Iglesia, pidiéndole a ella, Flos Carmeli, que nos siga arropando con su manto, cuidando con su mirada y llevándonos de la mano, como a hermanos suyos que somos, para estrenar de nuevo hoy la aventura que comenzó en el Monte Carmelo, a la sombra de aquella “nubecilla”, promesa inquebrantable de fecundidad.
María y el Año de la Oración
Celebramos la Solemnidad de la Virgen del Carmen del 2024, coincidiendo con el Año de Oración anunciado por el Papa Francisco como tiempo de preparación para la celebración del Jubileo en 2025. Como Superiores Generales de ambas tradiciones del Carmelo, hemos pensado que esta sería una muy buena oportunidad para dirigiros una carta conjunta, en línea con la tradición que existe desde 1998 de que los dos Generales escriban un mensaje a toda la familia carmelitana. Lo hacemos con el deseo de recordar y revivir las grandes tradiciones del Carmelo en relación con la oración, y en relación con Nuestra Señora del Monte Carmelo. En lugar de pretender ofrecer una gran declaración de verdades teológicas, nos gustaría que fuera un compartir nuestra experiencia personal y carismática sobre nuestra herencia y sello de ORACIÓN y amor por María, la Madre de Dios, en medio de todos vosotros, hermanos y hermanas de nuestra familia.
Una experiencia confirmada
Hay una convicción firmemente arraigada en nuestra historia vivida: la proximidad e intimidad con María ha sido siempre en nuestra familia carmelitana fuente de renovación, de fecundidad y de caminos descubiertos en la noche y la crisis. Inequívocamente, María ha sido “Stella Maris” en las aguas inciertas de cada tiempo. Y nuestra confianza en su cuidado eficaz por nosotros está más viva que nunca.
En las entrañas de María
El Carmelo ha nacido en las entrañas de María, de la Fuente inagotable de su maternidad divina, con la fuerza y belleza del Espíritu Santo. Tejidos y formados a imagen de Jesús, hijos e hijas en el Hijo. Sentimos que en este constante ser gestados y dados a luz en María, se hace auténtica cada día la vocación de los y las carmelitas.
Ella meditaba todas estas cosas en su corazón
Como María, ser carmelitas significa ser configurados en la escucha de la Palabra. Nos inspiramos en la Regla Carmelitana, que nos insta a hacerlo todo en la Palabra de Dios (19). Recordemos también a Santa Teresita del Niño Jesús, cuyo amor por la Virgen fue inspirado por María tal como la encontró en los Evangelios (Poema “Por qué te amo, María”). Los evangelios presentan a María como una persona que meditaba todas estas cosas en su corazón, como alguien que lo envolvía todo en la oración, cuya oración era una respuesta permanente a la palabra de Dios en su vida y cuya oración mostraba la dignidad de la persona humana, creada por Dios, habitada por la Presencia divina y capaz de conocer el amor de Dios en su vida.
Virgen de la contemplación: Peregrina y servidora
Desde los primeros tiempos de la tradición carmelitana, el icono de María en camino con Jesús en su vientre se percibió como el mejor modelo de contemplación en camino. Perfecta síntesis de acción y contemplación, Marta y María unidas: “creedme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer” (Teresa de Jesús, 7Moradas 4,12. Cf. Maria Magdalena de Pazzi, Probationes 2, 176-178).
María se fue de prisa (meta spoudes), es decir, con el corazón despierto y el amor en ascuas a la región montañosa para visitar a su prima Isabel. María recibió del ángel las noticias de su prima. Hay una distancia que recorrer entre su hogar en Nazaret y la región montañosa, identificada hoy como Ain Karim, no lejos de Jerusalén. La oración se hace aceptación, disponibilidad, camino y servicio en María. Antes, ha sido gracia inesperada, anuncio de salvación, por medio del ángel: la oración es amor gratuito recibido y aceptado, desbordado: el amor primero, raíz que fundamenta nuestro existir y caminar. Esta gracia se explicita en cuatro palabras: alégrate, no tengas miedo, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y para Dios nada hay imposible. Dios infunde en María su propia belleza hecha carne y nos reviste a nosotros de su Espíritu dinámico y salvífico. Podemos identificar este “hábito” de gracia que Dios regala a María en la Anunciación como el escapulario vivo del carmelita, vestidura y transfusión de María.
De hecho, orar el Avemaría es entrar en esta experiencia de la Encarnación, ser María que acoge la Palabra, la gracia y la Presencia divina hecha carne. Cada vez que rezamos el Avemaría se produce en nosotros este milagro de gracia y de alianza en el corazón de María, en el nuestro. Rezar el Avemaría es, lo primero, abrirnos a una declaración de amor en toda regla de parte de Dios a Ella y a cada uno de nosotros y un sí de parte nuestra a ese amor de Dios, sin defendernos ni poner excusas, sin poner nuestra indignidad como barrera, porque es el regalo y don de Dios, y los regalos se reciben con alegría y sencillez. Como María y con palabras de Santa Teresa en su definición de la oración, “sabemos nos ama”: “que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5). Y esta conciencia experimentada es la raíz y cimiento de la oración. Somos, como María, plenamente agraciados.
María llegó, y la alegría de Isabel no tenía límites, pero esta no era una visita ordinaria. Isabel también había leído la historia, y ahora para ella estaba viendo el cumplimiento de la promesa. El niño en su vientre saltó de alegría tal como lo hizo el niño en el vientre de María. Si Isabel alabó a María por creer, María podría hacer lo mismo por Isabel. No se estaban evangelizando mutuamente, sino más bien confirmando la verdad del evangelio en la forma en que cada una de ellas lo había recibido. María continúa en lenguaje poético para regocijarse en esa verdad. Gran parte de nuestra oración, y gran parte de nuestro contacto con otras personas se reduce a esto, a una confirmación de lo que hemos recibido y a un deseo de vivir y hablar de tal manera que los demás conozcan la verdad de lo que Dios revela a aquellos que están abiertos a su palabra. El Santo Tito Brandsma lo expresó asi: Éste debe ser el objetivo de nuestra devoción a María, que seamos otra Madre de Dios, que Dios sea concebido también en nosotros y engendrado por nosotros para el mundo. (Beauty of Carmel, 66).
Magnificat, el carisma del Carmelo
La oración del carmelita está tejida de humildad (tierra disponible y verdadera), agradecimiento, canción que celebra la maravilla de Dios en la historia humana y se convierte en un nuevo éxodo de liberación, servicio y donación gratuita. La riqueza del canto de María resume la historia de la salvación y concentra lo mejor de la espiritualidad del Carmelo. Solo es posible cantar el Magnificat en el encuentro y comunión sincero que reconoce en el otro, en nuestros hermanos y hermanas reales, la presencia del Salvador. La oración se autentifica en el encuentro y respeto de la dignidad de todo otro en el que habita Dios.
El Carmelo está invitado hoy a no quedarse en el lamento y la negatividad, sino a distinguir los brotes de vida que, todavía ocultos a los sabios y prudentes, ya brincan en el seno de los pobres y sencillos que se fían de la promesa de Dios. Una aurora de esperanza, más potente que todas las armas, bajo la tierra herida y maltratada de nuestros días.
El discípulo la recibió en su casa
¿Qué hacía María al pie de la cruz? Nos preguntamos qué tipo de dolor sintió. Como madre, viendo a su hijo en agonía, víctima inocente de la injusticia y la superficialidad del sistema político y religioso de la época, permaneció, en silencio, porque sabía que ese no era el final. Ella oró uniendo el corazón y la mente con el Dios que estaba en el interior. Seguramente, ahora más que nunca, María meditaba estas cosas en su corazón. Ella, más que nadie, podía entender que lo que estaba sucediendo era un gran acto de amor. Así como su Hijo colgaba moribundo en la cruz, el amor que no le permitía retroceder ahora se extiende por todo el mundo y ha seguido haciéndolo durante todos estos siglos. Cuando pensamos en el amor de Jesús y María, pensamos en el amor que implica la entrega total de uno mismo.
Entonces sucede algo que ella no esperaba. Oyó las palabras de los labios sangrantes de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”, al mismo tiempo que decía al discípulo amado: “Hijo, ahí tienes a tu madre”. La madre sigue siendo la misma, el hijo cambia. Todo lo que su Hijo era para ella está ahora en el discípulo. La relación puede cambiar, pero el amor sigue siendo la mejor de todas las relaciones, las personas se cuidan mutuamente de la manera en que madres e hijos viven el uno para el otro.
Lo más esencial de la oración tiene lugar allí, en la cruz y al pie de la cruz. Comunión en el dolor que abre la historia de todos los crucificados al designio de salvación. Jesús, en el mayor desamparo, realiza la mayor obra de la salvación, como observa san Juan de la Cruz: “por lo cual fue necesitado a clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado? (Mt 27,46). Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así, en él hizo la mayor obra que en (toda) su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios” (2Subida 7,11).
La eficacia de la oración que se evidencia misteriosamente en dar la vida. Amor hasta el extremo. María, oración que se hace presencia en la hora más terrible, ella es madre en todas las madres que acompañan y cuidan la vida y la besan y entregan al Padre también cuando es quebrantada y maltratada. Para una vida nueva. Todo el dolor del mundo y de la historia se hace oración y grito en Jesús y María, nada queda fuera de la verdadera oración. Nunca es huida o descompromiso. Nunca la oración es misticismo autoreferencial o cómodo, egocéntrico y sordo al grito y gemido de todo ser humano.
En la hora más difícil, la herencia de Jesús, el mejor regalo: su Madre. El discípulo la recibió en su casa (eis ta idia), es decir, en lo más íntimo de su ser, como lo más preciado, no solo en su casa, sino en su morada interior. Esta intimidad es el tesoro del cristiano y del carmelita. A esta intimidad renovada con María queremos animaros y despertaros cada día, como fuente de perenne alumbramiento.
Perseveraban en la oración con María
El Señor resucitó, visitó a un número escogido de discípulos, subió al cielo, dejando a sus discípulos con la promesa de que cuando ascendiera al Padre enviaría el Espíritu Santo. Los discípulos esperaban el cumplimiento de la promesa. María estaba en medio de ellos, esperando. Sabemos que nuestra espiritualidad es una espiritualidad de la espera. Hemos conocido tanto del amor de Dios y ahora esperamos hasta que él venga de nuevo y Cristo sea todo en todos. Nuestra Regla termina con la idea de que hagamos todo lo que se pide en ella y, si hacemos más, el Señor nos recompensará cuando venga. Lo que podamos hacer de más, es promovido y dado por el Espíritu Santo. Ahora bien, cuando María pregunta: “¿Cómo puede ser esto?”, le llega de nuevo la respuesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”, y “nada es imposible para Dios”. Todo lo que María guardaba en su corazón, ahora se hace luz y cumplimiento, se hace Iglesia y familia en camino.
El icono de María con los discípulos en la espera de Pentecostés expresa la belleza de la comunidad y abre en el corazón de la oración a una gracia de comunión en la diversidad. Un lenguaje común se aprende en Pentecostés en la riqueza de las distintas lenguas y razas. Esta comunión y familia en la apertura al Espíritu abre la comunidad de los hermanos de María a un futuro que no se sospechaba, a un sentido y camino que rompe la muralla del miedo, del pecado y del sufrimiento. Os invitamos a intensificar esta súplica al Espíritu con María en comunidad para que nazca el Carmelo que Ella quiere regalarle a su Hijo.
Conclusiones
1) La sinfonía de la oración
El hecho de que oremos de diferentes maneras, con diferentes sonidos y en diferentes momentos en todo el mundo nos permite apreciar la imagen de Francisco de una sinfonía de oración alrededor del mundo. Personas, carmelitas, que oran y su oración es una bendición para ellos y para todos, sin excluir a nadie. Nuestra oración nos invita a unir nuestra oración a esta gran sinfonía. En María, Elías, Teresa de Jesús, María Magdalena de Pazzi, Juan de la Cruz, Tito Brandsma y todos nuestros santos carmelitas, vemos el único hilo de la oración como relación, amistad y comunicación con Dios, en muchos idiomas y formas diferentes.
2) La dignidad de la persona que reza
Podemos ver la dignidad de la persona que reza, cuando tomamos a María como nuestro modelo. La mejor imagen que tenemos de la dignidad de la persona humana es la de la creación a imagen y semejanza de Dios. Es la oración la que convierte esta imagen en una relación activa con Dios, una alianza verdadera y viva, dando así plena expresión a la dignidad de la persona humana como persona que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y está en comunicación amistosa con Dios, continuamente. Es la dignidad que vemos en María en primer lugar. Estaba atenta a la palabra de Dios, confiaba plenamente en Dios y daba a las personas que la rodeaban y a las generaciones futuras una comprensión de la inmediatez de la presencia de Dios. El Señor está contigo. Tú estás lleno de gracia. Después de María vemos cómo la tradición carmelita ha sido una escuela de oración, ayudando a las personas a descubrir su verdadera dignidad como personas en quienes el Espíritu habita y ora, con gemidos inefables, presencia de Dios, belleza del Castillo Interior (Cf. Santa Teresa, Libro de las Moradas, prólogo).
3) La renovación de la oración entre los carmelitas.
Quisiéramos que este momento fuera para todos nosotros un tiempo de renovación de nuestra oración. Renovación de nuestra vida de oración y experiencia de Dios. Vivimos con la sensación de que, aunque hablamos mucho de la tradición de oración del Carmelo, nuestra práctica diaria de la oración no siempre refleja las hermosas verdades que predicamos. ¿Qué tenemos que hacer? Mirar la oración como una característica constante de nuestras vidas, una presencia, una conversación continua, amistosa e íntima y sencilla, una conciencia de la presencia de Dios en todo momento, la oración en silencio, personal, en comunidad, como liturgia, la oración en esos momentos específicos en los que leemos las Escrituras en oración, la oración cuando nos unimos con otros alrededor de la mesa o en otras ocasiones en las que estamos reunidos y damos gracias a Dios.
La renovación de nuestra oración vendrá de nuestra voluntad y deseo de orar y de nuestra capacidad de poner la oración en el centro de nuestras vidas. Esto significará mirar cómo a veces podemos estar tan ocupados, tan dispersos con tantas cosas buenas que parece que no hay tiempo para orar, no hay tiempo para pensar en Dios, no hay tiempo para detener el ritmo, la pausa y el simple ser, pensar en lo que estamos haciendo a la luz de la voluntad de Dios, No hay tiempo para unirse a la liturgia, en la oración comunitaria, en la oración sencilla donde uno o tres están reunidos en casa, en el trabajo, en medio de alegrías y dificultades.
Desafíos y esperanzas:
1. Un camino insospechado de realismo y esperanza: María abre al Carmelo a un camino insospechado. No el que nosotros imaginamos. Estamos convencidos de que María lleva en sí la novedad del Carmelo que está por nacer y ya se gesta en su maternidad en el corazón de cada uno de nosotros si aceptamos este salto de fe, este desafío de creer al anuncio del ángel en cada uno de nosotros. Os invitamos a todos, hermanos y hermanas carmelitas, en cualquier lugar del mundo que estéis y en la circunstancia que ahora vivís, en plena vitalidad o enfermedad, en camino o en un momento de dificultad o crisis, de fortaleza o debilidad, gozo o tentación, a abriros sin demora, con humildad, a la gracia de este momento, poniendo en manos de María este nacimiento de Dios en nuestra tierra.
2. Cantar el Magnificat. Os exhortamos a hacer de este momento de la historia un Magnificat, siendo testigos de la fecundidad del Espíritu también en la dificultad y la noche, en las guerras y persecuciones, a educar nuestros ojos y nuestro corazón para, a imitación de aquella nubecilla del Carmelo, creer firmemente que este tiempo de aparente sequía, traerá la lluvia que Dios nos quiere regalar. Sed hombres y mujeres de fe atrevida, realistas y esperanzados, positivos.
3. Como en Pentecostés, hoy el Espíritu nos convoca a orar en la comunión y la diversidad, que funda la comunidad y la Iglesia junto a ella, madre y hermana nuestra. En un mundo amenazado de división y confrontación, de descarte y exclusión, María madre y hermana nos recuerda la oración sacerdotal: “que todos seamos uno” para que el mundo crea. Sembradores de comunión con María.
Os enviamos en María y por María, en este día, nuestro abrazo, cercanía y bendición, a toda la gran familia carmelitana: OCarm – OCD.
¡Muy feliz solemnidad de la Virgen del Carmen!
P. Míċeál O’Neill, O.Carm.,
Prior General
P. Miguel Márquez Calle, O.C.D.,
Prepósito General