Santa María, vida, dulzura y esperanza nuestra, vuelve a nosotros tus ojos y muéstranos a Jesús
Los signos son pequeños: un poco de pan, un niño, una lágrima, un beso, un trozo de vestido… pero simbolizan y expresan mucho. Son como ventanas abiertas que nos permiten captar un amplio horizonte. El canto de la Salve y el Escapulario son pequeñas semillas con mucho amor dentro. Nos cuenta la historia que, cuando un grupo de carmelitas llegaba a un pueblo, lo primero que hacían era construir una capilla, tocaban la campana y llamaban cada tarde a la gente para que cantara junto con ellos la Salve; después invitaban a todos a imitarla en las virtudes. Muchos cristianos también han aprendido a querer a la Virgen rezando y cantando muchas veces la Salve.
La Salve es una experiencia profunda de gozo y de ternura entre los hombres y la Virgen Madre. Entramos en su regazo y nuestra pequeñez se llena de su grandeza y misericordia, y no tenemos miedo de presentarnos ante Ella porque la vemos muy cercana a nosotros. La Salve comienza con un bellísimo saludo en plural. En un segundo momento nos presentamos ante ella y le presentamos la realidad, a veces dolorosa, de nuestro mundo. Después nos atrevemos a levantar los ojos a la Madre para que ella nos mire y nos muestre a Jesús en un cruce de miradas. Terminamos con una despedida admirativa, para volver a la vida con nuevos bríos.
El Escapulario nos abre, de una forma sencilla, al estilo de vivir evangélico de María, a su espiritualidad; alimenta sin darnos cuenta el cariño hacia la Madre y nos hace sensibles a las necesidades de los demás.