Lectura orante del Evangelio: Marcos 3,20-35
No entiendo estos miedos: ‘¡demonio! ¡demonio!’ adonde podemos decir: ‘¡Dios! ¡Dios!’ y hacerle temblar (Santa Teresa de Jesús, Vida 25,22).
Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer.
La presencia viva de Jesús, su bondad hasta lo indecible, sigue atrayendo a una multitud de todos los pueblos de la tierra. Los que están con él y lo siguen son un inmenso regalo. ¿De dónde han salido todos estos? De la sed de verdad y de vida que han descubierto en su corazón, una sed que ningún sucedáneo ha logrado apagar. Cuando alguien, tras haber sentido la insatisfacción de lo que no llena, presta atención a su interior y descubre su misterio, busca el agua viva de Jesús. Para estar con Jesús necesitamos cuidar nuestra vida interior donde se oye la voz del Espíritu que nos lleva a él/. El silencio es uno de los mejores caminos para entrar dentro de nosotros y estar con él.
Señor, tú nos esperas y nos hablas en el silencio.
Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En torno a Jesús aparecen otros personajes: los escribas de Jerusalén, que ven la compasión de Jesús por las gentes y su poder que obra en poder de los oprimidos, y dicen, desde su maldad y ceguera, que está poseído de Belcebú; los familiares de Jesús, que se asustan del revuelo que está causando Jesús y van a llevárselo porque, dicen, ha perdido la cabeza; Satanás, el hombre forzudo, que se ha adueñado de la casa, campa a sus anchas, mete muerte en la vida. Jesús no se asusta, actúa con libertad y con poder; ata al hombre forzudo y libera la casa del mal; despliega a su alrededor el dinamismo del Espíritu del bien. Jesús, el más fuerte, libera, nos libera, reaviva la vida. Quien deja entrar en su corazón a Jesús, experimenta dentro un alivio insospechado, ve cómo le mana una fuente de luz de vida, siente una llamada a vivir la vida de cada día con esperanza.
Tú, Señor, no quitas nada, lo das todo.
El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás.
Tienen delante la bondad en persona: Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se enteran. Le acusan de blasfemo y de ser portador del mal total. A este pecado lo llama Jesús blasfemia contra el Espíritu Santo, un pecado que no se perdona porque rechaza el perdón, tapa los ojos para no ver la luz, pasa de largo ante el amor que ofrece Jesús. Frente a esto está la alegría en el Espíritu: abrazo a la verdad que susurra en nuestro interior, acogida del amor que ofrece gratuitamente, experiencia de su misericordia que sana nuestras heridas.
Tú, Señor, eres el amigo de la vida. Confiamos en ti.
El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Jesús no es para unos pocos elegidos, es para todos. Su familia la forman los que obedecen a Dios y cumplen su voluntad. Quien está con Jesús siente la llamada a ensanchar las fronteras del corazón y a hacer el bien a todos.
María, Madre de Jesús y nuestra, tú encaminas esta marcha de todos los pueblos al corazón del Padre.
¡Feliz domingo! – CIPE – junio 2024