Te he encontrado abatida en un banco. En un banco del andén del metro. ¿Dormías? ¿estabas muerta? O, tal vez, permanecías inmersa en el pozo profundo de tu absoluta desdicha. La cabeza baja, los brazos caídos las gafas colgando … Todo te parecía indiferente. ¿Has perdido, como muchas, el sentido del vivir?
No sé quién eres, ni de dónde vienes, ni qué haces aquí, ausente de todo y expuesta a cualquier violencia. Pero tu presencia ha perforado mi alma y ha perturbado mi paz.
Algunos de los que pasan, ignorando tu presencia y tu dolor, solo verán un bolso para robar con las pocas pertenencias que te acompañan.
No puedo hacer nada por ti. Impotencia que me quema en la sangre. O quizás sí puedo. Mirarte. Al menos mirarte, y dejar que perfores mi conciencia y quedes grabada en mi corazón, para invocar que algún Misterio te devuelva el aliento de vida. A ti, y a tantas otras que, como tú, ni vemos ni queremos mirar.
Y confiar y creer y esperar, que esta invocación será escuchada y se encenderá de nuevo un fuego en tu alma, algún día no muy lejano.
Es adviento también cuando miras a quién nadie quiere mirar.
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